Geovani
Martins: “Brasil tenía que pasar por Bolsonaro para mirarse en el espejo”
El joven escritor
carioca, una de las revelaciones de la nueva literatura brasileña, confía en
una victoria de Lula en las elecciones del domingo
Por: JOAN ROYO GUAL
Para
los habitantes de las barriadas de Río de Janeiro, la Via Apia no es el camino
al corazón de Roma, sino una de las principales puertas de entrada a Rocinha,
una de las favelas más grandes de Brasil. Por esta caótica calle comercial, el
joven escritor Geovani Martins (Río,
31 años), uno de los descubrimientos más celebrados de la literatura brasileña
contemporánea, camina esquivando mototaxis como si nada y saluda a algunos
vecinos. Martins ha pasado por varias favelas, pero residió en Rocinha justo
cuando el proyecto de policía ‘pacificadora’ llegó con la promesa de acabar con
el narcotráfico, o al menos de esconderlo bajo la alfombra a tiempo para el
Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Martins
relata ese fracaso en su nueva novela, Via Apia, a través de cinco
jóvenes de esta favela. El libro da algunas claves de por qué hay generaciones
enteras de favelados traumatizados con la violencia policial.
“Mi literatura acaba siendo un intento de recontar esas historias a partir de
los puntos de vista que fueron ignorados”, dice. Su primer libro, El
sol en la cabeza (Alfaguara, 2019), dejó a Chico Buarque impresionado
y fue devorado por Luiz Inácio Lula da Silva cuando
estaba en prisión. El escritor prepara ahora una adaptación para la televisión,
pero confiesa que en los últimos días le cuesta concentrarse y pensar en algo
que no sean las elecciones. Sueña con la derrota de Jair Bolsonaro, pero
no le cuesta criticar a cierta izquierda elitista que en su opinión tiene una
idea miope de Brasil.
Pregunta. La policía detuvo el
domingo a un político aliado de Bolsonaro, Roberto Jefferson,
que disparó y lanzó granadas a los agentes. La policía negoció con él la
rendición. ¿Qué hubiera pasado si fuera un hombre negro de una favela?
Respuesta. No hubiera hecho
falta ni que nadie disparara antes. Vemos casos todos los días. La sociedad
brasileña deja bien claro cuáles son los cuerpos que se pueden matar. En Brasil
se detiene al hijo de una jueza con un fusil y 150 kilos de marihuana y está
suelto, no está muerto. Fuera de la favela, la droga está completamente
legalizada.
P. ¿Cómo cambiar la
imagen que la favela tiene de la policía?
R. El primer paso es acabar con la
Policía Militar, porque es una fuerza a la que se prepara para matar a esas
personas, o para extorsionar. La policía roba con total descaro, hace dos meses
invadieron la casa de mi tía de 60 años, y le robaron objetos personales, de
ella y de mis primos. Es una policía que cuando no te mata te roba, te
extorsiona. Es una policía completamente corrupta que deshumaniza a esas
personas. Necesitamos que la sociedad civil y que el Estado vean a estos
jóvenes de las favelas con la potencia que tienen, no solo con esa idea de la
muerte. Para conseguir cambiar esa imagen hay que cambiar la mirada del Estado
hacia los territorios y despenalizar las drogas.
P. Habla de acabar con
la Policía Militar y de legalizar las drogas, pero es utópico en Brasil. No
está ni siquiera en la agenda de la izquierda.
R. No está porque la izquierda no
está conversando con las personas. La mayoría de problemas que tenemos con el
genocidio negro en Río y en Brasil vienen de la guerra contra las drogas.
P. Se habla mucho de
polarización en estas elecciones…
R. Brasil está
polarizado hace tiempo. Ya era indígenas contra colonizadores, ricos contra
pobres, y así todo el tiempo. No empezó ahora, el país no se estropeó con
Bolsonaro. Empeoró mucho, eso es indiscutible. Pero la mierda que es Brasil, la
pesadilla que es, es algo muy antiguo. Simas (Luiz Antonio Simas, historiador)
dice una cosa con la que estoy completamente de acuerdo: Brasil no tiene que
empezar a funcionar correctamente, tiene que empezar a fracasar. Lo que vemos
es el proyecto colonizador, Brasil lleva teniendo éxito desde hace más de 500
años. Hay que conseguir que fracase y se convierta en otra cosa.
P. ¿El bolsonarismo dio
voz a un sentimiento que siempre estuvo ahí?
R. Claro, Brasil siempre fue un país
extremadamente racista. Antes de Bolsonaro ya era el país que mataba a un joven
negro cada 23 minutos, el que más LGTBIs asesinaba en todo el mundo. Lo que
hace Bolsonaro es dar una cara a eso, se convierte en representante de unas
personas que se sienten cada vez más cómodas en mostrar quienes son. Creo que
teníamos que pasar por ese momento, enfrentarnos a Bolsonaro, porque eso
también es mirarse en el espejo. Durante muchos años se forzó la idea de
democracia racial, de que no había racismo porque era un país muy mezclado. Un
montón de acciones ultraviolentas se tapaban con eso. Hoy, después de la salida
de esas figuras de los bajos fondos, podemos verlos directamente y saber
quiénes son nuestros enemigos. Brasil es mucho mayor que eso, pero también sé
el tamaño y la fuerza de esas personas. De esos casi 50 millones que votan a
Bolsonaro menos de la mitad son realmente fascistas, pero hay un núcleo duro
muy fuerte.
P. ¿La izquierda en
Brasil es demasiado dependiente de una sola persona?
R. Es que Lula es una figura mucho
mayor que el PT y que la izquierda. En la primera vuelta, aquí estaba lleno de
señoras de 90 años con pegatinas de Lula; señoras que no saben de partidos, ni
de derecha-izquierda, pero saben lo que significa Lula. Su figura tiene ese
poder. Pero estoy de acuerdo en que necesitamos nuevos líderes. Espero que en
el tiempo en que estuvo preso injustamente haya llegado a esa conclusión.
P. ¿Si gana habrá un
gobierno diverso, un gabinete con la cara de Brasil?
R. Habrá mucha negociación, pero
habrá figuras más próximas a la cara de Brasil. Lula dijo en el último debate
que creará un ministerio de los pueblos originarios. No será un gobierno ideal,
lo sabemos. Pero es nuestra mejor opción en este momento, la única que tenemos
para derrotar la maquinaria absurda de Bolsonaro.
P. Mucha gente defiende
que la democracia corre peligro si gana Bolsonaro.
R. No existe la democracia en
Brasil, hay que construir esa idea. Simplemente es una ilusión, una cosa que
vive en casa de muy poca gente. Mi casa aquí de Rocinha me la invadió la
policía varias veces. Si viviésemos en un país democrático eso no pasaría. Tenemos
que parar con esa idea de amenaza a la democracia, que es un discurso
completamente elitista. Tenemos que empezar a hablar de construir una
democracia. Nunca la tuvimos.
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