martes, 28 de abril de 2015



Genocidio armenio: 100 años de impunidad
Cuando se acuñó la palabra genocidio en Turquía, se hizo precisamente pensando en las atrocidades cometidas contra armenios bajo el régimen de Talat Pasha, en el que más de un millón de armenios fueron asesinados. A pesar de que en 1920 los tribunales militares celebraron en Constantinopla (hoy Estambul) los juicios que condenaron in absentiaa Talat Pasha —también a Enver Pasha, Cemal Pasha— por la concepción, organización y ejecución de las matanzas masivas contra el pueblo armenio, los tres escaparon de la justicia huyendo al extranjero. Años más tarde Soghomón Tehlirián, un armenio que sobrevivió a la matanza de su familia, asesinaba a Talat Pasha.
manifiesto, una vez más, la necesidad de tipificar como delito contra el derecho de gentes (delicta iuris gentium) las conductas que comportan un peligro para la comunidad internacional en las cuales la voluntad del autor pretende, no solamente a lesionar al individuo, sino aniquilar la colectividad a la cual pertenece. Y esto es lo que sucedió en Anatolia, actual territorio del Estado turco.
Hoy, 100 años después del comienzo de la matanza, Turquía sigue negando el genocidio y los familiares de las víctimas sufren un luto incompleto. Y lo que es más grave, no se trata sólo de una postura oficial estatal, sino que está respaldada por la extraordinaria convicción de casi la totalidad de la ciudadanía que afirma que lo que el resto del mundo llama “genocidio” no fue más que una “catástrofe” o un “desastre”, conceptos que intentan eludir la responsabilidad que el Estado turco —como heredero del Imperio Otomano— tuvo como perpetrador, instigador y autor de los crímenes y violaciones que se cometieron contra más de un millón de personas con el fin último de llevar a cabo una limpieza étnica que terminara con las reivindicaciones nacionalistas de esta minoría.
Los familiares de las víctimas, y con ellos toda la humanidad, tienen derecho a ese reconocimiento de la realidad que rodearon los actos comenzados en 1915. Una realidad que refleja lo más oscuro del ser humano y que sólo a través de la memoria y la reparación podrá evitarse de nuevo.
En 1913 se constituyó el Comité de Unión y Progreso (CUP) liderado por Talat Pasha, de ideología nacionalista y cuyo principal lema esgrimía “Anatolia para los turcos”. En 1914, un ejército compuesto por 120.000 rusos y 5.000 armenios entró en el imperio, convirtiendo a los armenios en enemigos de la nación, el chivo expiatorio de los turcos tras el declive y la derrota del imperio.
El 24 de abril de 1915, las fuerzas otomanas decapitaron a la cabeza intelectual de los armenios —235 personas— en un movimiento encaminado a desestructurar a su población mediante la eliminación de sus líderes. Tras estas matanzas, la ley otorgó la legitimación al Gobierno para arrestar y deportar armenios aldea por aldea, informándoles de que se les reubicaría en localidades del interior del país.
La palabra oficial usada por el Gobierno fue “exilio”, pero en la práctica fue “viaje de la muerte”, para la exterminación. A una parte de los armenios se les obligó a caminar a pie —a veces en círculos— bajo un calor asfixiante, en unas condiciones en las que cualquier hombre sano perecería. No se les permitía beber ni descansar. Y si no se les deportaba a pie, se les embarcaba en el ferrocarril de Anatolia o el que une Berlín con Bagdad —obligándoles a comprar sus billetes de tren, una práctica repetida por los nazis durante el Holocausto— y en ellos morían de asfixia. Obviamente, los más débiles —ancianos, niños, mujeres embarazadas— morían y si no podían seguir, se les sacrificaba. A los pocos supervivientes de las eternas marchas les abandonaron en el desierto de Der Zor.
Sólo en 1915 The New York Timespublicó 145 artículos recogiendo los acontecimientos, que calificó como un “exterminio racial planeado y organizado por el Gobierno”. Las noticias fueron confirmadas por fuentes consulares, que describieron cómo cientos de cuerpos y huesos se amontonaban en los caminos de Anatolia. En estas 4.000 páginas de declaraciones se puede leer cómo el Éufrates se tiñó de rojo transportando los cuerpos de personas a quienes se les había arrebatado la vida o que, en desesperación, se arrojaron para acabar con una existencia marcada por el horror. Por todas partes había mujeres desnudas y no se sabía si estaban vivas o muertas.
Además de la persecución oficial, una unidad secreta paramilitar de la CUP dirigida por un médico, Behadin Shakir, organizó escuadrones de la muerte que golpeaban a los armenios en su marcha o durante sus escasos descansos. Asimismo, se propagó la idea de que si se mataba a un armenio, se abrirían las puertas del cielo, por lo que los lugareños acabaron participando en las matanzas.
Las violaciones de mujeres fueron un componente esencial del genocidio y estas se cometieron contra niñas y ancianas incluidas. Aurora Mardiganian fue testigo de la muerte de los miembros de su familia, obligados a caminar más de 2.250 kilómetros. Fue secuestrada y vendida en los mercados de esclavos a un harem. Entre todos los horrores relata cómo 16 jóvenes muchachas armenias fueron desnudadas, violadas y empaladas por sus torturadores otomanos al no cumplir con sus deseos.
Casi todos los armenios (11 a 12 millones) han sufrido en sus familias el zarpazo del terror. Y si bien es cierto que el nuevo Estado turco que se constituyó en 1923 se aleja radicalmente del CUP, dedica considerables esfuerzos y dinero a defender que estos crímenes fueron cometidos en un periodo de guerra y no como actos genocidas. Esta política pone en cuestión el avance del Estado turco que se apoya en una memoria en gran medida construida, fabricada y manipulada. Turquía debe reconocer el genocidio en beneficio no sólo de las víctimas, sino de su propia subsistencia y de la de toda la humanidad. La verdad y la reparación tienen un lugar necesario como medida de justicia para el pueblo armenio. Por el contrario, la impunidad y la negación del genocidio armenio avergüenza a quienes la defienden.


lunes, 27 de abril de 2015



El embudo aéreo de Katmandú
El caos que se vive tras el terremoto de Nepal en el único aeropuerto internacional de Katmandú, Tribhuvan, construido en 1949, solo confirma lo que muchos viajeros que se han desplazado a ese país rodeado por un aura de mito y leyenda ya sabían: que es uno de los peores del planeta.
A sus problemas endémicos, entre los que están la falta de planes de contingencia ante catástrofes, la ausencia de información para los pasajeros, unas infraestructuras precarias (faltan plataformas, aparcamientos y solo hay una pista de aterrizaje de un kilómetro que funciona hasta medianoche) y el soborno extra para conseguir el sello de entrada, se suman ahora las largas colas. Personas de todas nacionalidades intentan salir del país (se calcula que había unos 300.000 turistas) sin conseguirlo, debido al colapso producido por los vuelos procedentes de China, India, Estados Unidos y las grandes ONG que están mandando ayuda humanitaria, y a las réplicas del terremoto que se produjeron el domingo, peores que las secuelas del sábado.
Muchos aviones tienen que esperar el permiso antes de poder aterrizar y hay algunos que han tenido que darse la vuelta porque el aeródromo tiene capacidad para ocho aviones grandes, como le ha ocurrido a una nave británica que llevaba perros de rescate y a otra, procedente de India.  “El aeropuerto está colapsado y las noticias son que el avión del Ejército español no ha llegado a Nepal, debido a la saturación de las pistas”, según informan las agencias, citando a un centenar de españoles que han pasado esta noche en el aeródromo, a solo seis kilómetros de la capital nepalí.
Según fuentes oficiales, la ayuda que está llegando al aeropuerto no se puede distribuir en las zonas más afectadas fuera de la capital, en el Valle de Katmandú, debido al caos y al corte de las comunicaciones. La sala de espera se ha convertido en una especie de Torre de Babel donde se entremezclan empleados de manos cruzadas, guardianes intentando poner un poco de orden, viajeros deseperados por salir y víctimas del terremoto a la espera de ser llevadas a los hospitales para que las atiendan, según informa la agencia Reuters. Muchos llevan dos días durmiendo en el recinto, cubiertos con mantas para soportar las bajas temperaturas, ante el pánico de quedarse en hoteles o en sus casas por temor a las nuevas réplicas que no paran de repetirse. Hasta la zona de aparcamiento ha sido reconvertida en un centro de acogida improvisado.
El ministro del Interior nepalí, Bam Dev Gautam, está supervisando en persona la llegada de ayuda humanitaria e intentando que los extranjeros puedan abandonar el país. Fuentes oficiales aseguran que se necesitan más alimentos, medicinas, servicios especializados de rescate y bolsas para cadáveres.
Incluso antes de la catástrofe, los vuelos que llegaban a Nepal tenían que sobrevolar el aeropuerto durante horas, a causa de la escasa visibilidad por las duras condiciones meteorológicas de la zona y, una vez que se tomaba tierra, la espera para recoger el equipaje podía demorarse hasta tres horas. En los buenos tiempos, el aeródromo solo tenía capacidad para recibir 80 vuelos diarios, ahora solo puede hacerlo una quinta parte.


miércoles, 8 de abril de 2015


La Tierra chocó con un planeta gemelo para crear la Luna
Sistema Solar, hace unos 4.500 millones de años. Los gigantes gaseosos Saturno y Júpiter ya se han formado. Mientras, en la región más cercana al Sol, orbitan más de 80 planetas rocosos como la Tierra. En realidad son embriones de planetas que chocan violentamente entre sí, se funden y forman cuerpos cada vez más grandes. Este descomunal tiovivo seguirá en marcha unos 200 millones de años. Para entonces, el enjambre de rocas se habrá agrupado en cuatro planetas. No hay manera de saber si este relato es cierto, aunque es muy probable que Marte, la Tierra, Venus y Mercurio se formasen así. Ahora, una de las simulaciones más precisas que se han hecho de aquel proceso intenta esclarecer un enigma que lleva vigente décadas, si no siglos: ¿cómo se formó la Luna?
La teoría del gran impacto dice que nuestro planeta chocó con otro del tamaño de Marte, conocido como Theia. Fue un cataclismo tan violento que nuestro planeta desapareció durante unas horas. Una pequeña parte salió despedida y se mezcló con los restos de Theia, convertidos en roca fundida tras el golpe. El resultado fue la Luna.
El gran problema para aceptar esta teoría es que, según las estimaciones más recientes, menos de un 1% de las colisiones eran entre planetas iguales. Actualmente los planetas del Sistema Solar tienen composiciones muy diferentes unos de otros, con lo que Theia también debió haber formado una Luna muy diferente de la que conocemos. Sin embargo, las rocas lunares traídas por las misiones Apolo a finales de los años sesenta demostraron que los yermos de la Luna y el manto terrestre son casi indiferenciables en su composición. El origen de la Luna se convirtió, más que nunca, en un enorme quebradero de cabeza
El nuevo trabajo, publicado en Nature, muestra ahora que los choques entre gemelos eran mucho más comunes de lo que se pensaba. “Hemos usado simulaciones de alta resolución para comprobar si la composición de cada planeta y el último cuerpo con el que impactaron eran tan diferentes como la gente pensaba de antemano y lo que hemos averiguado es que sucede justo lo contrario”, explica Alessandra Mastrobuono, astrofísica del Instituto de Tecnología de Israel y coautora del estudio. “Es un resultado apasionante que potencialmente resuelve 30 años de dudas sobre la teoría del gran impacto”, añade.
Su equipo ha simulado 40 veces la formación de los planetas interiores del Sistema Solar, cada vez manejando las trayectorias de unos 80 embriones planetarios y entre 1.000 y 2.000 fragmentos más pequeños que chocan y chocan durante millones de años. La complejidad de cálculo es tal que cada simulación lleva de dos a cuatro meses y ha requerido el uso de un superordenador, explica la astrofísica. Los resultados del análisis afirman que entre el 20% y el 40% de los cuerpos que chocaron contra la Tierra eran prácticamente iguales químicamente. En otras palabras, “es bastante probable” que la Tierra chocase con un planeta gemelo y que eso explique el origen de la Luna, dice Mastrobuono.
Robin Canup, astrofísica de EE UU, aporta una opinión independiente sobre el trabajo. Estos resultados dan “un apoyo renovado” a la teoría del gran impacto, explicando las similitudes entre la Luna y la Tierra, dice la experta del Instituto de Investigación del Suroeste (EE UU). Pero los datos no bastan para cerrar el caso. Aún hay cosas que no encajan, por ejemplo, las diferencias en la composición de ciertos elementos como el oxígeno o el tungsteno. Precisamente otros dos estudios publicados este miércoles en Nature se centran en ese segundo elemento, cuya composición es ligeramente diferente entre la Tierra y la Luna. En una nota de prensa, uno de los equipos responsables del trabajo señala que estos datos son compatibles con un gran impacto, pero descartan la posibilidad de que Theia y la Tierra tuvieran la misma composición. Mastrobuono y Canup mantienen que sí son compatibles, aunque, advierte esta última, serán necesarios nuevos cálculos probabilísticos para demostrarlo.




jueves, 2 de abril de 2015


Nómadas gracias a la tecnología
 “Antes nuestra vida acababa con la puesta de sol. A partir de ese momento apenas podíamos hacer nada. Teníamos que utilizar velas para alumbrarnos, y éramos conscientes del peligro que eso entrañaba. Así que íbamos a dormir pronto y nos levantábamos un poco antes del amanecer para ordeñar a las vacas”. Sin embargo, ahora la existencia de la familia de Zolzaya Bandgait ha dado un vuelco. “Desde hace algo más de un año somos más felices. Podemos cenar más tarde, disfrutar jugando a las cartas, comunicarnos con amigos y familiares, y ver lo que pasa en el mundo”. La diferencia radica en la tecnología. Porque los Zolzaya son nómadas, viven en el desierto del Gobi, y han decidido invertir gran parte de sus ahorros en la instalación de varios aparatos que han reducido notablemente la brecha que los separaba de la calidad de vida de la población urbana.
“Primero instalamos el aerogenerador y las placas solares. Eso nos permitió tener luz dentro delger —la yurta tradicional mongola con la que esta familia se mueve hasta ocho veces al año en busca de los mejores pastos—. También compramos una batería a la que hemos conectado el teléfono por satélite —subvencionado por un programa del Banco Mundial— y un televisor en blanco y negro. Gracias a una antena parabólica recibimos algunos canales de televisión”, cuenta Zolzaya. Su hija, Azzaya Soyol, ya no se pierde ni un episodio de sus series surcoreanas favoritas, que llegan con multitud de interferencias, pero llegan. “La televisión también nos ayuda a tener entretenidos a los niños y nos permite hacer algo de tiempo para nosotros”, comenta entre risas ella, que, a sus 25 años, tiene dos hijos con Bot Amgalan, un joven de su misma edad.
No obstante, la mejoría va mucho más allá del ocio. Por un lado está la reducción del riesgo de incendio que, como es lógico en una vivienda de tela, con el uso de velas era muy elevado. Además, la llegada del teléfono por satélite a una zona sin cobertura de móvil permite dar cuenta de emergencias y pedir ayuda, así como conocer el precio que se paga por el ganado, la lana, o los productos lácteos. Eso dificulta que los intermediarios que los compran les engañen, “algo que antes sucedía a menudo”, y que puedan decidir cuál es el mejor momento para venderlos. También gracias a la televisión, Zolzaya tiene acceso a previsiones meteorológicas que le permiten determinar con más exactitud la zona más adecuada para llevar el ganado. “En el desierto no es fácil cuidar de 600 ovejas como tenemos nosotros. Elegir el lugar en el que crece más vegetación puede marcar la diferencia entre que vivan o que mueran”.
Pero uno de los efectos más importantes que tiene la adopción de la tecnología por parte de los nómadas que habitan el país con menor densidad de población —tres millones en una superficie de 1,5 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a tres veces la de Francia—, es la propia supervivencia de una forma de vida que se remonta a los tiempos de Gengis Kan. “La juventud no quiere vivir en el campo, quiere mudarse a la ciudad. En gran parte es así porque no solo percibe que allí hay más posibilidades de crecer en el terreno profesional, también porque en un ger las opciones de ocio y de acceso a la información son muy limitadas. Es duro y es aburrido”, explica Damb Batnasan, otro ganadero que instala su yurta a unos mil kilómetros de distancia, en la estepa del centro del país. “Si queremos que el nomadismo no muera con la gente de nuestra generación tenemos que hacerlo más atractivo para los jóvenes. No nos podemos oponer a los avances que llegan, lo mismo que tenemos que asegurarnos de que las nuevas generaciones vayan a la escuela”, explica.
De hecho, su ger está lleno de niños y de adolescentes. Porque, además de las dos hijas del matrimonio, cuatro de sus amigos han decidido pasar las vacaciones escolares del Año Nuevo Lunar con la familia. Y después de haber disfrutado al galope de las interminables llanuras congeladas durante el día, por la noche se turnan para jugar con los dos teléfonos móviles inteligentes que posee la familia, que también sirven para capturar momentos que antes se perdían para siempre. “Para hacernos una foto teníamos que ir al pueblo que está a 40 kilómetros de distancia”, ríe Damb mientras se hace un selfie con la hija menor. Mientras tanto, la madre, Batsuren Tsetsegmaa, disfruta de la película que reproduce en un lector de DVD. “Algunos nómadas creen que la tecnología distancia a las familias porque cada uno está a lo suyo, pero yo creo que es al revés”, sentencia el padre, que ya está pensando en cómo instalar una conexión a Internet.
Delgerma tiene 16 años y está de acuerdo con Damb. Es una de los 300.000 nómadas que todavía no tienen electricidad, y, a su edad, la vida en el campo ya no le satisface. Se siente incomunicada y aburrida. Sus padres, habitantes también de la estepa, dan la espalda a todo lo que tenga cables, y con ellos no tiene la confianza suficiente como para hablar de temas propios de la adolescencia. “El único contacto que tengo con el mundo exterior es a través de la radio de mi padre. Y casi siempre está sin pilas. No puedo comunicarme con los pocos amigos que tengo, y sin luz no hay nada que hacer por la noche”. Así no es de extrañar que esté pensando en hacer las maletas y labrarse un futuro mejor en la capital, Ulán Bator, a unos 350 kilómetros de distancia. “Quiero conocer gente y llevar una vida normal. Aquí terminarán casándome con alguien que les interese para que siga llevando la misma vida”, se lamenta. Como ella, muchos otros jóvenes apuestan por la vida sedentaria, y cada año entre 30.000 y 40.000 mongoles, sobre todo jóvenes, abandonan el campo para echar raíces sobre el asfalto.
Afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por la incorporación de placas solares y de aparatos electrónicos en sus vidas. De hecho, el Proyecto para el Acceso a Energías Renovables y Electricidad en Zonas Rurales, implementado por el Gobierno desde el año 2000 en colaboración con el Banco Mundial, ha conseguido que más de 100.000 familias nómadas, en torno a medio millón de personas en total, cuenten con esta fuente de energía limpia que, a su vez, ha permitido incrementar sustancialmente el acceso a un teléfono, cuya tasa el año 2005 era la más baja del mundo—un 1% en el campo—. En 2006 solo 1,2 millones de minutos de conversación telefónica tuvieron su origen fuera de la capital, pero en 2013 esa variable aumentó hasta los 56,5 millones. El objetivo es que para 2020 toda la población tenga acceso a la electricidad, y un 70% pueda comunicarse por vía telefónica.
Mineihan Hadis, otro nómada del desierto, reclama también ayudas para adquirir vehículos de motor. “Una moto como la que yo tengo, por ejemplo, tiene muchas ventajas sobre los caballos y los camellos que hemos utilizado tradicionalmente: nos permite llegar a la zona en la que tenemos el ganado mucho más rápido, y podemos desplazarnos a la ciudad si hay una emergencia. Porque hasta aquí no llegan las ambulancias, se pierden por el camino”, explica. Es fácil entender por qué: el desierto y la estepa son dos infinitas alfombras en tonos ocres y verdes, en las que no hay carreteras ni forma sencilla de orientarse. De ahí que el GPS también esté ganando adeptos. “Nosotros sabemos llegar a los lugares cercanos gracias a las montañas o a particularidades del terreno, pero para el resto resulta casi imposible localizarnos. El uso de coordenadas es una buena solución”, comenta. “En cualquier caso, lo importante es utilizar la tecnología a nuestro favor. Para que la vida nómada pueda seguir existiendo con dignidad”, sentencia Damb.


miércoles, 1 de abril de 2015



¿Qué enfermedades genéticas podemos transmitir a nuestro hijo?
Cada persona es portadora de entre tres y cinco mutaciones genéticas recesivas. Algunas son especialmente frecuentes, como la ligada a la fibrosis quística (presente en una de cada 25 personas) o la atrofia muscular espinal (una de cada 50). Ser portador no implica sufrir la enfermedad, ni presentar síntomas, ni que se hayan manifestado antes en algún familiar. Pero si se diera la casualidad de que los dos miembros de la pareja tienen alterado el mismo gen existe un riesgo del 25% de que los hijos padezcan la patología. ¿Cómo saberlo?
Uno de los últimos servicios que ofrecen los centros de reproducción asistida son los llamados test de compatibilidad genética. Gracias a esta posibilidad, cualquier pareja que quiera tener descendencia podrá conocer qué mutaciones tiene cada uno de ellos y si existe riesgo de transmitir determinadas enfermedades (depende del test, entre 200 y 600). Con esta información podrán saber si pueden intentar un embarazo natural sin asumir riesgos (al menos, los conocidos) o si les compensa recurrir a procedimientos para esquivar las mutaciones, ya sea a través de un programa de donación de gametos (embriones u óvulos) o someterse a un proceso de reproducción asistida que permita estudiar los embriones en el laboratorio e implantar el que no haya heredado la enfermedad (diagnóstico genético preimplantacional).
Los centros de reproducción han ido sustituyendo el lema clásico de “un embrión, un niño” como objetivo –para evitar embarazos múltiples– por el de “un niño sano en casa”. Y buscan clientes ya no solo entre personas con problemas de fertilidad, sino entre todo tipo de parejas preocupadas por tratar de aprovechar al máximo las posibilidades que ofrece la ciencia y la tecnología –especialmente los métodos de secuenciación genética masiva, cada vez más baratos– para limitar la probabilidad de tener alguna de estas enfermedades ligadas a la mutación en un gen, cuya prevalencia ronda el 1% de los nacimientos, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Distintos colegios profesionales estadounidenses de genética (Colegio de Genética Médica de EE UU) o de ginecología (Colegio de Obstetras y Ginecólogos de EE UU) ya aconsejan este test, se requiera o no ayuda para concebir.
Uno de los principales laboratorios que ofrece esta prueba es Igenomix, que colabora, con el Grupo IVI, entre otras clínicas de reproducción asistida. La firma tiene la sede en Valencia y también cuenta con laboratorios en Miami, Los Ángeles, Sao Paulo, Milan, Nueva Delhi y Dubái. Carlos Simón, responsable de la firma, explica que el test ha tenido una acogida especialmente relevante en Estados Unidos, pero también destaca el caso de Dubái, desde donde la firma presta servicios a Oriente Medio. “Allí, debido a la elevada consanguinidad por la frecuencia de matrimonios entre familiares hemos visto que el número de mutaciones es muy elevado”, relata. De hecho, Simón cuenta la anécdota de que han tenido que cambiar en nombre del test, ya que en estos países plantear el concepto de incompatibilidad puede tener serias consecuencias: si un hombre no puede tener hijos con su mujer –como sería el caso, según una interpretación extrema– , tiene el derecho de repudiarla. El Compatibility Genetic Test se ha rebautizado como Carrier Genetic Test (CGT).
Los investigadores del centro han elaborado un estudio con 137 parejas y han observado que, con datos básicamente de pacientes españoles, hasta el 7% de las parejas que se han hecho el test tenían riesgo (el 25% por bebé) de tener un hijo enfermo por enfermedades recesivas o ligadas al cromosoma X.
Cada laboratorio ha desarrollado su propia prueba, “pero lo importante es el nivel de detección de mutaciones, nosotros observamos más de 33.000”, comenta Xavier Barri, responsable de la unidad de genética reproductiva de la compañía. El precio de las pruebas más completas, señala, se encuentra entre los 700 y 800 euros.
Estos test se comenzaron a practicar en los programas de donación, tanto de esperma como de óvulos. “La ley obliga a analizar a todos los donantes”, explica Julio Martín, de Igenomix. De esta forma, al conocer las características genéticas de los gametos se pueden cruzar adecuadamente con las del receptor para evitar la coincidencia de mutaciones recesivas y el riesgo de transmitir enfermedades. Es un procedimiento que ya se ha incorporado a la rutina clínica.
Pero, al margen de los tratamientos de reproducción asistida, cada vez es más frecuente que parejas que han decidido concebir de forma natural acudan a los centros a solicitar esta prueba. “Es gente que quiere conocer al máximo los riesgos que tiene”, apunta Barri, de Dexeus. “En Estados Unidos es más común, en Europa será más frecuente. De unos 600 pacientes a los que hemos atendido, 100 se trataban de parejas sin patología", explica. “Incluso hemos tenido casos de solteros que querían saber si eran portadores de alguna mutación para saberlo si de cara al futuro tenían pareja”, añade Xavier Estivill.


martes, 31 de marzo de 2015



Comentarios que salen caros

El futuro del que hablaba Andy Warhol cuando dijo: “En el futuro todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama”, ya ha llegado. Lleva instalado en este tiempo desde hace unos años. Cada vez es más fácil acceder y compartir información de cualquier tipo, no siempre veraz, ni fiable, ni siquiera de interés general. Cuando Warhol habló de fama no especificó si era buena o mala, y así ha sido. Lo que empezó con programas televisivos que sacaban y sacan a la palestra a personas anónimas, que pueden ser encumbradas o denostadas, lo han multiplicado las redes sociales. La cantidad de datos e imágenes que pueden compartir los 890 millones de usuarios diarios de Facebook o los 284 millones de Twitter y los 300 millones de Instagram puede hacer que un tuit, un comentario o una foto caiga en el vacío o se reproduzca miles de veces y recorra el mundo en cuestión de segundos, esto es lo que le pasó a Justine Sacco.
Sacco iba a pasar sus vacaciones en diciembre de 2013 a Sudáfrica. Antes de coger el avión en Nueva York y durante su escala en Londres escribió algunos tuits relacionados con el país que iba a visitar. Uno de ellos: “Voy a África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca”, hizo que la chispa estallara. Ella lo lanzó para sus 170 seguidores, cuando llegó a su destino y encendió el móvil se había convertido en trending topic mundial, incluso se publicó una imagen suya llegando al aeropuerto. Era una desconocida que dio la vuelta al mundo de manera física y virtual. Este error le costó, incluso, su puesto de trabajo.
Anita Sarkeesian recibió insultos en su cuenta de Twitter, pero por motivos muy distintos a los de Sacco. Sarkeesian lanzó una campaña de crowdfunding en la plataforma Kickstarted para financiar una serie que trataba del papel de la mujer en el mundo de los videojuegos. A partir de ese momento la han acosado en distintas redes sociales. Ella ha recopilado en su Tumblr las amenazas recibidas en Twitter durante una semana. Este desagradable episodio la ha hecho más conocida, por tanto más fuerte y con la idea de seguir luchando por la igualdad y contra el acoso en Internet.
Las reacciones a los tuits se multiplican cuando el que los publica es un personaje conocido sea del ámbito que sea. Así, el verano pasado el actor Juan Echanove cometió un error, según él mismo ha reconocido. Tradujo un enfado real con una camarera a un tuit en el que la criticó y donde colgó una foto de la misma. Las respuestas en contra fueron inmediatas, tantas que pidió disculpas y cerró su cuenta. Ahora tiene otro perfil vinculado a su blog gastronómico.
Como el caso de Echanove, en el que algo que se podía haber quedado en petit comité tomó una dimensión inesperada, le ocurrió a Alicia Ann Lynch. Esta estadounidense se disfrazó en Halloween de 2013 de herida en el atentado de la maratón de Boston. Subió una foto a Twitter para compartirla entre sus seguidores. Esto tocó la sensibilidad de multitud de tuiteros que reaccionaron insultándola gravemente. Una broma de gusto cuestionable, que no hubiera tenido consecuencias si esa foto no se hubiera hecho pública, acabó obligándola a cancelar su perfil y pidiendo que no siguieran acosando a sus padres, que también sufrieron las consecuencias.
No solo se pagan los tuits controvertidos. La estadounidense Lindsey Stone tuvo la mala idea de subir una foto a su muro de Facebook en la que aparecía haciendo una peineta junto a un cartel que pedía silencio y respeto en el cementerio Nacional de Arlington, un símbolo nacional. Las reacciones fueron de tal calibre –se creó un grupo en la red social con el nombre "Despidan a Lindsey"– que su jefe la echó alegando que no era buena imagen para la empresa, trabajaba en una ONG.

lunes, 23 de marzo de 2015



Las campesinas nicaragüenses exprimen el sol


La rutina diaria de Fátima Brisuela Flores, de 41 años, cambió en enero de 2013, cuando construyó su primera cocina solar. Antes, dedicaba las mañanas exclusivamente a preparar el almuerzo para ella, su marido y sus tres hijos. Hoy en día, además de cocinar, tiene tiempo para otros menesteres. "Ya puedo atender y abastecer mi venta —pequeño negocio de alimentación— sin ningún problema", dice orgullosa esta nicaragüense de piel morena, robusta y algo más de un metro y medio de estatura.
Más allá de los beneficios ambientales y del ahorro económico que supone utilizar una cocina solar en lugar de una de gas, leña o carbón, las mujeres resaltan como "algo maravilloso" tener tiempo libre para ellas. "Siempre que cocinaba debía estar pendiente del fogón, que no se apagara o que la comida se quemara. Hoy, dejo la comida en la cocina —solar— y sé que estará lista en dos horas", explica Brisuelas, una de las más de 800 mujeres beneficiadas por la Fundación Proyecto Solar para Mujeres Nicaragüenses (Fuprosomunic).
Esta organización sin fines de lucro fue fundada en 2004 por María Mercedes Álvarez con un capital inicial de 3.000 dólares (2.800 euros). El origen de la idea, sin embargo, se remonta a 2001, cuando esta química y analista de laboratorio dejó su empleo en el Ministerio de Salud nicaragüense y viajó a Londres para aprender inglés y trabajar como niñera. "Era mi sueño [saber el idioma], pero los planes no salieron como esperaba. La pareja no me pagó porque ya me habían comprado el boleto", relata en su pequeña y calurosa oficina, localizada en una vivienda del barrio Villa Venezuela, al este de Managua, capital del país.
Sola, sin dinero y sin saber el idioma, Álvarez decidió regresar a Managua, pero antes se comunicó con algunos amigos europeos que había conocido durante los años ochenta. Uno de ellos, el suizo Kuno Roth, la invitó a pasar unos días en Davos, donde descubrió las cocinas solares. "Yo le dije a Kuno, que eso [la cocina] se podía implementar en Nicaragua. Él me contestó que tenía 3.000 dólares que podía usar", recuerda la coordinadora de Fuprosomunic, una mujer menuda, de piel morena y energía inagotable.

La idea cuajó tres años después, cuando Álvarez, que ahora tiene 51 años, se alió con dos líderes rurales: Josefa Carranza, de la comunidad pacaya en el departamento de Masaya, y Blanca Azucena Angulo, de El Rosario, en Rivas. Ellas promovieron el proyecto y lograron que seis mujeres de cada zona asistieran, en marzo de 2004, a un programa de capacitación. Construyeron tres cocinas con la ayuda de instructores de una ONG dedicada a promover el uso de energía solar.
Cada lider se quedó con una cocina. La última fue rifada y le tocó a una mujer de Masaya. Ellas fueron las encargadas de mostrar el producto en sus vecindarios. El boca a boca se expandió por las comunidades aledañas y, para junio de ese año, Álvarez ya tenía listo un grupo de 20 mujeres interesadas en formarse. En la actualidad, se desarrollan talleres en zonas rurales y barrios periféricos de cinco departamentos de Nicaragua.
La capacitación dura ocho días, aunque para construir una cocina no se necesitan más de tres días, según María Cristina Bermúdez, de 65 años y coordinadora de Fuprosomunic en Granada. El resto del tiempo lo utilizan para hablar con las alumnas sobre sus derechos, sobre medio ambiente, salud reproductiva e igualdad de género. "Es un momento de desahogo para muchas. Ellas no hablan o reclaman en sus casas, por temor a sus maridos", asegura Álvarez.
El costo de una cocina es de 150 dólares (143 euros), pero las mujeres solo pagan 20 dólares (19 euros) a plazos. La idea es que el dinero salga de lo que se ahorran en la compra de gas o leña. Brisuela antes adquiría cada mes una bombona de gas de 11 kilos, ahora lo hace cada dos meses y medio. Un tanque cuesta unos ocho dólares (siete euros). "Ese dinero lo uso para darme algún capricho", comenta la granadina. La fundación, además, somete a las beneficiarias a un seguimiento para saber si usan el aparato, pues en caso contrario se lo quitan.
La cocina es una caja doble que pesa unos 14 kilos. El exterior está forrado con láminas rectangulares de zinc, y el interior con fragmentos de planchas metálicas procedentes de antiguas imprentas. Entre ambas capas  hay pedazos de fibra de vidrio y virutas gruesas de madera para mantener el calor. Dispone de una abertura en uno de sus lados para introducir los alimentos, que se ponen sobre una sartén metálica pintada de negro. En el centro tiene un cristal de cuatro milímetros de grosor y 75 centímetros por cada lado. La cara interior de la tapadera está forrada con papel de aluminio que sirve como reflector. Se sostiene sobre un esqueleto de madera, con agarraderas y pequeñas ruedas para moverla a cualquier lado.
Tras el éxito con las cocinas, la fundación decidió en 2005 impulsar otros proyectos solares con el financiamiento de la ONG Nicasolar, creada en Suiza por Kuno Roth. Comenzaron con la purificación de agua a través del método Sodis, que consiste en rellenar botellas de plástico transparente para exponerlas a la luz solar durante seis horas. El sol destruye los patógenos y desinfecta el líquido. Asimismo, Fuprosomunic se aventuró a deshidratar frutas como banano, papaya, mango, piña, melocotón y flor de jamaica. Esto lo hace en dos ambitos: familiar y comunitario.
Los deshidratadores familiares son pequeños y van dirigidos a las familias que tienen negocios de secado de hierbas, venta de granos básicos, piezas de cerámica y plantas medicinales. Los comunitarios son más grandes, ya que su objetivo es obtener producción suficiente para venderla en ferias o mercados locales. La fundación cuenta con los permisos sanitarios para comercializar la flor de jamaica y piña seca, según Álvarez, quien añade que de momento sólo trabajan por pedidos.
Fuprosomunic tiene otros proyectos en desarrollo: cocinas mejoradas, electrificación solar y la construcción de un complejo que llamarán Centro eco-solar Nicaragua. Sin embargo, son las cocinas las que les han dado alegrías a estas mujeres. En 2013 fueron galardonadas con el Energy Globe Award en las categorías mundial y aire. Este premio se otorga desde hace una década y reconoce las mejores iniciativas medioambientales en más de 100 países. No trajo remuneración económica. Sin embargo, en febrero de 2015 recibieron 30.000 dólares (28.584 euros) por haber ganado el Premio Internacional Dubái por Transferencia de Mejores Prácticas.
En todos sus proyectos la fundación ha trabajado de una misma manera: visualiza una idea, se alía con otra ONG y ejecuta un plan. De esta unión, Fuprosomunic ha obtenido todos los conocimientos. "Lo que nos interesa es que las mujeres sepan hacer las cosas por ellas mismas, que se sientan capacitadas", comenta Álvarez. Ese aprendizaje le ha servido a Bermúdez para "sentirse útil" y enseñar a otras vecinas, mientras que a Brisuela le ha facilitado las cosas para "independizarse" de su marido. "Ya puedo usar varias herramientas. No necesito esperar a nadie para reparar una puerta", añade.


jueves, 19 de marzo de 2015


Un robot diseñado por una congoleña revoluciona las calles africanas
Un robot, desarrollado por una investigadora africana, está acaparando las calles en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. No tiene nombre, pero se está convirtiendo en un héroe en un país donde las muertes por el tráfico son un problema nacional. Su fama ya ha traspasado las fronteras congoleñas y Thérèse Izay Kirongozi, la Ingeniera que le ha dado vida (artificial, claro), está empeñada en que triunfe en todo el mundo. Y va camino de conseguirlo, de la mano de la Fundación Mujeres por África, que presentó su proyecto “Ellas Investigan”, del que ya se ha hablado en Laboratorio para Sapiens. De sus palabras se deduce el ímpetu con el que nuevas generaciones de mujeres de ese continente están entrando en el mundo de la ciencia africana e internacional, conscientes de su realidad: "Los africanos debemos ser quienes transformemos nuestros recursos".

En un país donde la situación y los derechos de las mujeres se violan continuamente, ¿cómo ha sido su carrera hasta aquí, y más en una profesión como la electrónica, donde también en Europa hay pocas mujeres?
Yo era la mayor de seis hermanos. Mi padre era ingeniero electromecánico y fue él quien me animó mucho a estudiar nuevas tecnologías, pues pensaba que ahí estaba el futuro. Tiene razón que es una profesión muy masculina. De hecho, en mi promoción éramos sólo tres mujeres entre 15.000 hombres. Un grano de arena. Luego su número ha aumentado y ahora somos un 5%, poco, pero un gran avance. En mi caso, estudiar sólo con chicos me vino muy bien para romper la timidez y me demostró que las mujeres podemos hacer todo lo que nos propongamos, exactamente lo mismo que los hombres.
¿Cómo nació este robot? ¿Se había hecho algo similar antes?
Pues no, no se había hecho nada parecido en ningún sitio. El robot nació porque constaté que en África el tráfico era un gran problema. Según informes de la OMS, cada hora mueren 26 personas en accidentes en África, y únicamente tenemos el 2% del parque automovilístico mundial. Eso lo convierte en la causa principal de fallecimiento. Además, las víctimas más comunes son niños y mujeres. En Kinshasa, en 2012 hubo más de 5.500 accidentes en 10 meses, con más de 3.000 muertos. Al conocer estos datos, se me ocurrió diseñar un robot para el control del tráfico, porque hay señales pero mucha gente no las entiende. Y porque en mi país hay muchos conductores que no han estudiado y no saben interpretarlas. Respecto a los guardias, no siempre están cuando se necesitan. Por ello, diseñamos un robot que todo el mundo puede entender. En realidad tenemos dos generaciones. Una que ayuda a los niños a cruzar calles y otra que ayuda a aclararse en las rotondas o cruces, donde hay muchas señales. Y les hemos dado voz: si un niño quiere cruzar, da a un botón y el robot le dice cuándo puede cruzar y le habla para que aprenda. Incluso canta. Desde que están en las calles, la población se siente cercana a la máquina. Antes, nadie les hablaba para informarles de cómo actuar. Nuestro robot lo hace.
¿Y qué ocurre cuando alguien comete una infracción?
También tenemos un sistema de vigilancia con cámaras instaladas en el autómata que registra todo lo que pasa y saca fotos de los que van a demasiada velocidad o se saltan una señal. Tiene una visión de 360 grados, que es mucho más que una persona. Incluso en Europa las cámaras tienen un ángulo de visión de 180 grados, así que es una gran innovación. Pero nuestra meta es tener un autómata perfecto, y estamos en ello. Lo hemos hecho de 2,5 metros de alto, sobre una peana, para que infunda respeto a los conductores. Ante un robot, se piensan si cometer una infracción. Otra característica es que, como en Congo hay problemas de suministro eléctrico, funciona con paneles solares. Y como tiene inteligencia artificial, se apaga cuando hay poco tráfico. Todo esto está conectado con un Centro de Control de Operaciones.
Este desarrollo surgió de una cooperativa de mujeres. ¿Cómo lograron sacarlo adelante?
Efectivamente, es fruto de un diseño que surgió en la cooperativa Women's Technology, un grupo que comenzó siendo únicamente de mujeres ingenieras, aunque ahora hemos incorporado a hombres. Nuestro objetivo es crear empleo. De hecho, ya tenemos seis robots instalados en República Democrática del Congo y a partir de enero habrá otros 20, que estamos fabricando ahora. Incluso tenemos pedidos en Angola, en Abuya (Nigeria), en Brazzaville (República del Congo) y en Abidjan (Costa de Marfil). En Europa, Bélgica quiere apoyar esta iniciativa y comprará un robot para la ciudad de Namur; también en Paris, la asociación Color de África quiere uno para presentarlo en su país.
¿Cuánto cuesta un robot así?
Lo vendemos entre 20.000 y 25.000 euros pero el precio es lo de menos, queremos que las jóvenes, a través de la ciencia y de las nuevas tecnologías, puedan avanzar. Mi país es el pulmón de África, tenemos muchos minerales, ningún otro país africano tiene tantos recursos, pero sin embargo somos de los más pobres. Y si conseguimos que las mujeres tengan espíritu de empresa e innovación se podrán conseguir cambios de verdad en África, y sobre todo en mi país.
¿Fue fácil implicar a más mujeres en la cooperativa?
La creé hace 10 años porque vi que no teníamos trabajo en las empresas y que al final, pese a tener formación, las tituladas acababan despachando en una tienda. No sé si nos subestimaban por ser mujeres o si se debe a que hay mucho desempleo. Pero yo soy muy emprendedora, así que comencé organizando talleres de electrónica para enseñarles cómo arreglar ordenadores o móviles y, poco a poco, surgieron pequeñas empresas. Más adelante, organicé ferias en las que se mostraban las innovaciones tecnológicas que hacían estas mujeres y los jóvenes, pero no había interés en las empresas. Una de esas innovaciones que se presentaron fue un robot de madera, que me dio la idea de transformarlo en un sistema de tráfico inteligente, puesto que yo había hecho la especialización en autómatas; pensé que se podía desarrollar la idea a través de una cooperativa de mujeres, en la que se implicaron muchas.
¿Tienen otros proyectos en mente?
Tenemos los cajones llenos de proyectos, pero uno de los más interesantes es el desarrollo de un sistema mecánico que ayude a las mujeres que cargan peso sobre la cabeza. En Congo hay dos o tres provincias donde llegan a acarrear casi 200 kilos de este modo. Las llamamos las mujeres transportistas y queremos buscar una solución. Algo sencillo, sin piezas electrónicas, que encaje en el medio ambiente porque se trata de una zona montañosa. Además, con el dinero que consigo a través de Women's Technology también tenemos en marcha proyectos sociales de ayuda a mujeres y niños. En Madrid he visto que también podemos desarrollar otros ámbitos importantes para las mujeres. Y todo lo financiamos vendiendo robots, aunque al principio pagué la formación de las mujeres con tres restaurantes que tengo abiertos. En mi país no hay subvenciones y desde que tuvimos dos prototipos en la calle, tardamos dos años en tener el primer pedido.Pero siempre fuimos optimistas. Ahora tenemos seis en acción, además de los 20 que estarán en marcha en enero.

Es una auténtica fábrica.
(Risas) Prefiero llamarlo laboratorio. Fabricamos de forma artesanal. Somos sólo 15 personas de momento, pero pienso que podemos llegar a ser más de mil. Una parte para fabricación, otra mantenimiento y también para el centro de control. Además, es un sistema que permitirá al Estado recaudar mucho dinero a través de las multas; si el Estado nos financiara con un 5% de esa cantidad, ayudaría a que la cooperativa sobreviva. En Sudáfrica, el 17% del presupuesto nacional se consigue por las sanciones de tráfico y en Zambia, hasta un tercio. Pero en mi país, con 70 millones habitantes, es una aportación irrisoria. Quiero decir con ello que no sólo aportamos nueva tecnología, sino que también podemos generar ingresos. Y también trabajo para los jóvenes, en un país donde hay un 80% de paro juvenil con una tecnología propia. Tendremos que importar los paneles o las cámaras, pero lo demás es diseñado en República Democrática del Congo.
¿Qué factor diferencial aporta que sea investigación hecha en África frente a la que les llega de fuera para África?
El padecimiento que tiene este continente es su incapacidad para la transformación. Siempre digo que conseguiremos salir adelante cuando seamos capaces de aprovechar nuestros recursos, como por ejemplo los minerales. Ya hemos dado un primer paso al fabricar algo en el Congo, un país que valora poco la inteligencia humana. En general, en África se tiene en cuenta la riqueza en recursos, pero se olvida que la inteligencia humana es fundamental para el desarrollo, que es algo que sí se entiende en Europa. No sirve de nada tener minerales valiosos si no hacemos nada con ellos. Mientras África no sepa transformar sus materias primas, no se podrá desarrollar.
¿Tiene algo que hacer al respecto la comunidad internacional?
Debemos ser nosotros mismos los que nos demos cuenta. En mi país hay gente viviendo en casas en las que crece el algodón, o en las que se ve el cobalto. Pero lo que hacemos es venderlo y otros se hacen ricos transformándolo. Somos los africanos los que debemos ser conscientes de lo que pasa. Podemos desarrollar África solos.
¿Hay contactos entre investigadoras africanas en los que comparten sus trabajos?
Si, pero no muchos. Ha habido reuniones en Angola o Nigeria. Y en todas animamos a las jóvenes a implicarse en las nuevas tecnologías. Prefieren la medicina, la docencia, incluso el periodismo, pero intentamos que amplíen su escenario porque aquí hay mucho futuro. Desde las instituciones públicas también hablan de ello, pero en África se habla mucho y se hace poco.
¿Está satisfecha con el eco internacional de su robot?
Mucho. Ha sido una sorpresa que una fundación española se haya interesado en nuestro proyecto; es la segunda gran sorpresa. La primera la tuvimos cuando la mujer del vicepresidente de Estados Unidos, de visita en Congo, vino a conocer nuestro laboratorio porque la CNN lo había sacado en antena.



miércoles, 18 de marzo de 2015



Esto es lo que la falta de sueño le hace a tu cuerpo
Todos sabemos que hay pocas situaciones cotidianas tan estresantes como el ansia de dormir cuando no podemos hacerlo, y que hay también pocas batallas tan perdidas como la lucha contra el sueño cuando somos incapaces de mantener los ojos abiertos.
Dormir es una actividad que nos repone física y mentalmente, a la que los adultos deberíamos dedicar entre siete y nueve horas diarias; esta duración se eleva a 8-10 horas en los adolescentes, 9-11 horas en los niños en edad escolar, 10-13 horas en los preescolares (de 3 a 5 años), 11-14 horas para los niños de 1 a 2 años, 12-15 horas para los bebés de 4 a 11 meses, y 14-17 horas para los recién nacidos (de 0 a 3 meses), todo ello según las recomendaciones recientemente actualizadas por la Fundación Nacional del Sueño de EEUU.
Cuando no cumplimos estas recomendaciones, la falta de sueño nos deja cansados, con el cuerpo pesado como el plomo y serios déficits en la atención, la memoria, la concentración y la capacidad de tomar decisiones. Pero si conocemos bien los efectos de un sueño reparador y los perjuicios de no conseguirlo, en cambio no tenemos una idea tan clara sobre cuáles son los mecanismos que están detrás de todo ello. Durante años, los científicos han perseguido las razones clave por las que dormir es tan imprescindible. Sabemos que ayuda a ahorrar energía y a consolidar la memoria mediante la formación de nuevas conexiones neuronales encargadas de retener lo aprendido durante el día. Pero, ¿es esto suficiente para justificar la enorme inversión en sueño que debemos realizar a lo largo de toda nuestra vida?

EL CEREBRO TIRA DE LA CADENA
En 2013, un estudio publicado en la revista Science y dirigido por la neuróloga del Centro Médico de la Universidad de Rochester (EEUU) Maiken Nedergaard reveló que los canales entre las neuronas de los ratones crecen un 60% durante el sueño, y que este ahuecamiento se aprovecha para drenar las toxinas que se acumulan en esos espacios hacia el líquido cefalorraquídeo, el fluido que baña el cerebro y la médula espinal. En otras palabras, los científicos descubrieron que durante el sueño el cerebro tira de la cadena, eliminando residuos indeseables como la proteína beta-amiloide que es característica de la enfermedad de Alzheimer. El hallazgo fue tan revolucionario que mereció un puesto entre los diez avances del año para la revista Science.

Lo anterior suscita la inquietante pregunta de si la falta de sueño puede ser un desencadenante a largo plazo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Las pruebas no han establecido un vínculo tan directo, pero sí sabemos que la falta de sueño provoca pérdida de neuronas, y que cuando a ratones modificados para padecer Alzheimer se les impide dormir, la enfermedad se desarrolla antes de lo normal.
Sin embargo, no es necesario ir tan a largo plazo para encontrar los daños que un sueño deficiente puede provocar al ser humano. Detrás del malestar que sentimos como consecuencia de una noche en blanco, o de varias noches en gris, hay todo un cuadro de desarreglos que afectan a muchas partes de nuestro cuerpo, no solo al cerebro. Aumentan los niveles de hormonas como la dopamina, la epinefrina (adrenalina) y la interleuquina 6, relacionadas con la alerta, el estrés y la inflamación, lo que puede causar daño cardiovascular e infartos. También se dispara el cortisol, otra hormona de estrés que además envejece nuestro aspecto al romper el colágeno de la piel; el sistema inmunitario pierde eficacia, y se eleva el riesgo de padecer obesidad y diabetes de tipo 2: un estudio publicado este mes demuestra que cinco noches seguidas durmiendo cuatro horas bastan para reducir una cuarta parte la sensibilidad del cuerpo a la insulina. En los hombres, la falta de sueño reduce la testosterona y perjudica la calidad del esperma.
Un estudio publicado el pasado enero en la revista PLOS ONE por un equipo del Centro Médico de la Universidad Libre de Ámsterdam (Holanda) ha sometido a un grupo de 12 voluntarios a técnicas de neuroimagen, tests cognitivos y análisis bioquímicos después de una noche sin dormir. Los científicos, dirigidos por la psiquiatra Ursula Klumpers, estudian la respuesta de estrés como el intento del organismo de seguir despierto bajo la presión de la falta de sueño. "Desde una perspectiva evolutiva, mantenerse despierto ha servido para estar en guardia frente a amenazas externas, lo que requiere aumentar la alerta", escriben los investigadores. Entre sus conclusiones destaca que la privación del sueño anula los efectos de la práctica y el aprendizaje a la hora de realizar tareas; podemos imaginar lo que esto significaría si la tarea fuese, por ejemplo, pilotar un avión. "La privación del sueño en adultos sanos induce amplios cambios neurofisiológicos y endocrinos, caracterizados por un funcionamiento cognitivo disminuido", concluyen los autores.

INSOMNIO MORTAL
Ante este caos metabólico, neurológico y cognitivo, surge la pregunta: ¿podemos morir de falta de sueño? La única respuesta posible a quien tire de esa frase hecha, "ya dormiré cuando esté muerto", es que eso podría ocurrir pronto. Los casos de vigilia voluntaria no han llegado a tal extremo. El Libro Guinness establecía el récord en algo más de 11 días, pero posteriormente dejó de incluir esta marca debido a los riesgos para la salud que podía sufrir quien se propusiera batirla. En cambio, sí se conocen casos de muertes debidas a un raro y horrible mal llamado Insomnio Familiar Fatal (IFF). Identificada por primera vez en los años ochenta del siglo pasado, esta enfermedad hereditaria está causada por un prión, una proteína defectuosa que se rebela contra el organismo. El IFF puede aparecer en cualquier momento de la vida; a partir de entonces, comienza un proceso irreversible e incurable que pasa por privación completa del sueño, alucinaciones, pérdida de peso, incapacidad para caminar o hablar y aislamiento de la realidad, hasta que la muerte sobreviene entre 7 y 36 meses después de los primeros síntomas.
Sabemos también de los efectos letales de la privación del sueño por los experimentos con ratas. En 1989, el entonces profesor de la Universidad de Chicago Allan Rechtschaffen determinó que estos animales no vivían más de dos o tres semanas sin dormir, aunque la causa exacta de la muerte por insomnio aún es una incógnita. Pero, ¿cuál es el límite en seres humanos sanos? En tres palabras: no se sabe. "Esto variará con la edad, el género y el estado médico", apunta el doctor Michael Breus, experto mundial en medicina del sueño que a su práctica clínica une una intensa labor divulgadora por la cual se le conoce en EEUU como Doctor Sueño. Breus sí se atreve, en cambio, a señalar el límite de la falta crónica de sueño que enciende la luz roja del peligro: "Generalmente, veo efectos dañinos en mis pacientes cuando duermen solo cinco horas y media o menos".

EN BUSCA DEL SUEÑO PERDIDO
La buena noticia es que los perjuicios pueden ser reversibles, al menos en parte, si regresamos a una rutina de sueño saludable. Se ha demostrado que la sana costumbre de la siesta puede compensar los efectos metabólicos de un sueño nocturno insuficiente. Un estudio publicado este mes por investigadores de la Universidad Descartes-Sorbonne de París revela que dos siestas de 30 minutos, una por la mañana y otra por la tarde, bastan para suprimir los trastornos hormonales e inmunitarios que produce una noche con solo dos horas de sueño. Según el primer autor del trabajo, Brice Faraut, "este es el primer estudio que demuestra que la siesta puede restaurar los biomarcadores de salud neuroendocrina e inmunitaria a niveles normales", lo que en su opinión "puede contrarrestar los efectos dañinos de la restricción del sueño".
Breus advierte de que "nadie está seguro al cien por cien" de que los efectos sean totalmente reversibles. "Sabemos que podemos ponernos al día en la privación reciente del sueño, así que si estás en pie durante 36 horas, luego puedes dormir más y sentirte normal; pero si tu privación es de años, nunca llegarás a restaurarte por completo". En este último caso, prosigue Breus, el cuerpo nos permitirá dormir lo que necesitamos, pero tal vez solo lleguemos a recobrar un 90% de la salud perdida. "El sueño es reparador, y cuando impedimos a nuestro cuerpo que se repare, nunca llega a recuperarse. Ahí es donde comienza todo lo malo", concluye Breus.
ES'> estudio publicado este mes por investigadores de la Universidad Descartes-Sorbonne de París revela que dos siestas de 30 minutos, una por la mañana y otra por la tarde, bastan para suprimir los trastornos hormonales e inmunitarios que produce una noche con solo dos horas de sueño. Según el primer autor del trabajo, Brice Faraut, "este es el primer estudio que demuestra que la siesta puede restaurar los biomarcadores de salud neuroendocrina e inmunitaria a niveles normales", lo que en su opinión "puede contrarrestar los efectos dañinos de la restricción del sueño".

Por su parte, el doctor Breus advierte de que "nadie está seguro al cien por cien" de que los efectos sean totalmente reversibles. "Sabemos que podemos ponernos al día en la privación reciente del sueño, así que si estás en pie durante 36 horas, luego puedes dormir más y sentirte normal; pero si tu privación es de años, nunca llegarás a restaurarte por completo". En este último caso, prosigue Breus, el cuerpo nos permitirá dormir lo que necesitamos, pero tal vez solo lleguemos a recobrar un 90% de la salud perdida. "El sueño es reparador, y cuando impedimos a nuestro cuerpo que se repare, nunca llega a recuperarse. Ahí es donde comienza todo lo malo", concluye Breus.

ctor Breus advierte de que "nadie está seguro al cien por cien" de que los efectos sean totalmente reversibles. "Sabemos que podemos ponernos al día en la privación reciente del sueño, así que si estás en pie durante 36 horas, luego puedes dormir más y sentirte normal; pero si tu privación es de años, nunca llegarás a restaurarte por completo". En este último caso, prosigue Breus, el cuerpo nos permitirá dormir lo que necesitamos, pero tal vez solo lleguemos a recobrar un 90% de la salud perdida. "El sueño es reparador, y cuando impedimos a nuestro cuerpo que se repare, nunca llega a recuperarse. Ahí es donde comienza todo lo malo", concluye Breus.