martes, 28 de abril de 2015



Genocidio armenio: 100 años de impunidad
Cuando se acuñó la palabra genocidio en Turquía, se hizo precisamente pensando en las atrocidades cometidas contra armenios bajo el régimen de Talat Pasha, en el que más de un millón de armenios fueron asesinados. A pesar de que en 1920 los tribunales militares celebraron en Constantinopla (hoy Estambul) los juicios que condenaron in absentiaa Talat Pasha —también a Enver Pasha, Cemal Pasha— por la concepción, organización y ejecución de las matanzas masivas contra el pueblo armenio, los tres escaparon de la justicia huyendo al extranjero. Años más tarde Soghomón Tehlirián, un armenio que sobrevivió a la matanza de su familia, asesinaba a Talat Pasha.
manifiesto, una vez más, la necesidad de tipificar como delito contra el derecho de gentes (delicta iuris gentium) las conductas que comportan un peligro para la comunidad internacional en las cuales la voluntad del autor pretende, no solamente a lesionar al individuo, sino aniquilar la colectividad a la cual pertenece. Y esto es lo que sucedió en Anatolia, actual territorio del Estado turco.
Hoy, 100 años después del comienzo de la matanza, Turquía sigue negando el genocidio y los familiares de las víctimas sufren un luto incompleto. Y lo que es más grave, no se trata sólo de una postura oficial estatal, sino que está respaldada por la extraordinaria convicción de casi la totalidad de la ciudadanía que afirma que lo que el resto del mundo llama “genocidio” no fue más que una “catástrofe” o un “desastre”, conceptos que intentan eludir la responsabilidad que el Estado turco —como heredero del Imperio Otomano— tuvo como perpetrador, instigador y autor de los crímenes y violaciones que se cometieron contra más de un millón de personas con el fin último de llevar a cabo una limpieza étnica que terminara con las reivindicaciones nacionalistas de esta minoría.
Los familiares de las víctimas, y con ellos toda la humanidad, tienen derecho a ese reconocimiento de la realidad que rodearon los actos comenzados en 1915. Una realidad que refleja lo más oscuro del ser humano y que sólo a través de la memoria y la reparación podrá evitarse de nuevo.
En 1913 se constituyó el Comité de Unión y Progreso (CUP) liderado por Talat Pasha, de ideología nacionalista y cuyo principal lema esgrimía “Anatolia para los turcos”. En 1914, un ejército compuesto por 120.000 rusos y 5.000 armenios entró en el imperio, convirtiendo a los armenios en enemigos de la nación, el chivo expiatorio de los turcos tras el declive y la derrota del imperio.
El 24 de abril de 1915, las fuerzas otomanas decapitaron a la cabeza intelectual de los armenios —235 personas— en un movimiento encaminado a desestructurar a su población mediante la eliminación de sus líderes. Tras estas matanzas, la ley otorgó la legitimación al Gobierno para arrestar y deportar armenios aldea por aldea, informándoles de que se les reubicaría en localidades del interior del país.
La palabra oficial usada por el Gobierno fue “exilio”, pero en la práctica fue “viaje de la muerte”, para la exterminación. A una parte de los armenios se les obligó a caminar a pie —a veces en círculos— bajo un calor asfixiante, en unas condiciones en las que cualquier hombre sano perecería. No se les permitía beber ni descansar. Y si no se les deportaba a pie, se les embarcaba en el ferrocarril de Anatolia o el que une Berlín con Bagdad —obligándoles a comprar sus billetes de tren, una práctica repetida por los nazis durante el Holocausto— y en ellos morían de asfixia. Obviamente, los más débiles —ancianos, niños, mujeres embarazadas— morían y si no podían seguir, se les sacrificaba. A los pocos supervivientes de las eternas marchas les abandonaron en el desierto de Der Zor.
Sólo en 1915 The New York Timespublicó 145 artículos recogiendo los acontecimientos, que calificó como un “exterminio racial planeado y organizado por el Gobierno”. Las noticias fueron confirmadas por fuentes consulares, que describieron cómo cientos de cuerpos y huesos se amontonaban en los caminos de Anatolia. En estas 4.000 páginas de declaraciones se puede leer cómo el Éufrates se tiñó de rojo transportando los cuerpos de personas a quienes se les había arrebatado la vida o que, en desesperación, se arrojaron para acabar con una existencia marcada por el horror. Por todas partes había mujeres desnudas y no se sabía si estaban vivas o muertas.
Además de la persecución oficial, una unidad secreta paramilitar de la CUP dirigida por un médico, Behadin Shakir, organizó escuadrones de la muerte que golpeaban a los armenios en su marcha o durante sus escasos descansos. Asimismo, se propagó la idea de que si se mataba a un armenio, se abrirían las puertas del cielo, por lo que los lugareños acabaron participando en las matanzas.
Las violaciones de mujeres fueron un componente esencial del genocidio y estas se cometieron contra niñas y ancianas incluidas. Aurora Mardiganian fue testigo de la muerte de los miembros de su familia, obligados a caminar más de 2.250 kilómetros. Fue secuestrada y vendida en los mercados de esclavos a un harem. Entre todos los horrores relata cómo 16 jóvenes muchachas armenias fueron desnudadas, violadas y empaladas por sus torturadores otomanos al no cumplir con sus deseos.
Casi todos los armenios (11 a 12 millones) han sufrido en sus familias el zarpazo del terror. Y si bien es cierto que el nuevo Estado turco que se constituyó en 1923 se aleja radicalmente del CUP, dedica considerables esfuerzos y dinero a defender que estos crímenes fueron cometidos en un periodo de guerra y no como actos genocidas. Esta política pone en cuestión el avance del Estado turco que se apoya en una memoria en gran medida construida, fabricada y manipulada. Turquía debe reconocer el genocidio en beneficio no sólo de las víctimas, sino de su propia subsistencia y de la de toda la humanidad. La verdad y la reparación tienen un lugar necesario como medida de justicia para el pueblo armenio. Por el contrario, la impunidad y la negación del genocidio armenio avergüenza a quienes la defienden.


lunes, 27 de abril de 2015



El embudo aéreo de Katmandú
El caos que se vive tras el terremoto de Nepal en el único aeropuerto internacional de Katmandú, Tribhuvan, construido en 1949, solo confirma lo que muchos viajeros que se han desplazado a ese país rodeado por un aura de mito y leyenda ya sabían: que es uno de los peores del planeta.
A sus problemas endémicos, entre los que están la falta de planes de contingencia ante catástrofes, la ausencia de información para los pasajeros, unas infraestructuras precarias (faltan plataformas, aparcamientos y solo hay una pista de aterrizaje de un kilómetro que funciona hasta medianoche) y el soborno extra para conseguir el sello de entrada, se suman ahora las largas colas. Personas de todas nacionalidades intentan salir del país (se calcula que había unos 300.000 turistas) sin conseguirlo, debido al colapso producido por los vuelos procedentes de China, India, Estados Unidos y las grandes ONG que están mandando ayuda humanitaria, y a las réplicas del terremoto que se produjeron el domingo, peores que las secuelas del sábado.
Muchos aviones tienen que esperar el permiso antes de poder aterrizar y hay algunos que han tenido que darse la vuelta porque el aeródromo tiene capacidad para ocho aviones grandes, como le ha ocurrido a una nave británica que llevaba perros de rescate y a otra, procedente de India.  “El aeropuerto está colapsado y las noticias son que el avión del Ejército español no ha llegado a Nepal, debido a la saturación de las pistas”, según informan las agencias, citando a un centenar de españoles que han pasado esta noche en el aeródromo, a solo seis kilómetros de la capital nepalí.
Según fuentes oficiales, la ayuda que está llegando al aeropuerto no se puede distribuir en las zonas más afectadas fuera de la capital, en el Valle de Katmandú, debido al caos y al corte de las comunicaciones. La sala de espera se ha convertido en una especie de Torre de Babel donde se entremezclan empleados de manos cruzadas, guardianes intentando poner un poco de orden, viajeros deseperados por salir y víctimas del terremoto a la espera de ser llevadas a los hospitales para que las atiendan, según informa la agencia Reuters. Muchos llevan dos días durmiendo en el recinto, cubiertos con mantas para soportar las bajas temperaturas, ante el pánico de quedarse en hoteles o en sus casas por temor a las nuevas réplicas que no paran de repetirse. Hasta la zona de aparcamiento ha sido reconvertida en un centro de acogida improvisado.
El ministro del Interior nepalí, Bam Dev Gautam, está supervisando en persona la llegada de ayuda humanitaria e intentando que los extranjeros puedan abandonar el país. Fuentes oficiales aseguran que se necesitan más alimentos, medicinas, servicios especializados de rescate y bolsas para cadáveres.
Incluso antes de la catástrofe, los vuelos que llegaban a Nepal tenían que sobrevolar el aeropuerto durante horas, a causa de la escasa visibilidad por las duras condiciones meteorológicas de la zona y, una vez que se tomaba tierra, la espera para recoger el equipaje podía demorarse hasta tres horas. En los buenos tiempos, el aeródromo solo tenía capacidad para recibir 80 vuelos diarios, ahora solo puede hacerlo una quinta parte.


miércoles, 8 de abril de 2015


La Tierra chocó con un planeta gemelo para crear la Luna
Sistema Solar, hace unos 4.500 millones de años. Los gigantes gaseosos Saturno y Júpiter ya se han formado. Mientras, en la región más cercana al Sol, orbitan más de 80 planetas rocosos como la Tierra. En realidad son embriones de planetas que chocan violentamente entre sí, se funden y forman cuerpos cada vez más grandes. Este descomunal tiovivo seguirá en marcha unos 200 millones de años. Para entonces, el enjambre de rocas se habrá agrupado en cuatro planetas. No hay manera de saber si este relato es cierto, aunque es muy probable que Marte, la Tierra, Venus y Mercurio se formasen así. Ahora, una de las simulaciones más precisas que se han hecho de aquel proceso intenta esclarecer un enigma que lleva vigente décadas, si no siglos: ¿cómo se formó la Luna?
La teoría del gran impacto dice que nuestro planeta chocó con otro del tamaño de Marte, conocido como Theia. Fue un cataclismo tan violento que nuestro planeta desapareció durante unas horas. Una pequeña parte salió despedida y se mezcló con los restos de Theia, convertidos en roca fundida tras el golpe. El resultado fue la Luna.
El gran problema para aceptar esta teoría es que, según las estimaciones más recientes, menos de un 1% de las colisiones eran entre planetas iguales. Actualmente los planetas del Sistema Solar tienen composiciones muy diferentes unos de otros, con lo que Theia también debió haber formado una Luna muy diferente de la que conocemos. Sin embargo, las rocas lunares traídas por las misiones Apolo a finales de los años sesenta demostraron que los yermos de la Luna y el manto terrestre son casi indiferenciables en su composición. El origen de la Luna se convirtió, más que nunca, en un enorme quebradero de cabeza
El nuevo trabajo, publicado en Nature, muestra ahora que los choques entre gemelos eran mucho más comunes de lo que se pensaba. “Hemos usado simulaciones de alta resolución para comprobar si la composición de cada planeta y el último cuerpo con el que impactaron eran tan diferentes como la gente pensaba de antemano y lo que hemos averiguado es que sucede justo lo contrario”, explica Alessandra Mastrobuono, astrofísica del Instituto de Tecnología de Israel y coautora del estudio. “Es un resultado apasionante que potencialmente resuelve 30 años de dudas sobre la teoría del gran impacto”, añade.
Su equipo ha simulado 40 veces la formación de los planetas interiores del Sistema Solar, cada vez manejando las trayectorias de unos 80 embriones planetarios y entre 1.000 y 2.000 fragmentos más pequeños que chocan y chocan durante millones de años. La complejidad de cálculo es tal que cada simulación lleva de dos a cuatro meses y ha requerido el uso de un superordenador, explica la astrofísica. Los resultados del análisis afirman que entre el 20% y el 40% de los cuerpos que chocaron contra la Tierra eran prácticamente iguales químicamente. En otras palabras, “es bastante probable” que la Tierra chocase con un planeta gemelo y que eso explique el origen de la Luna, dice Mastrobuono.
Robin Canup, astrofísica de EE UU, aporta una opinión independiente sobre el trabajo. Estos resultados dan “un apoyo renovado” a la teoría del gran impacto, explicando las similitudes entre la Luna y la Tierra, dice la experta del Instituto de Investigación del Suroeste (EE UU). Pero los datos no bastan para cerrar el caso. Aún hay cosas que no encajan, por ejemplo, las diferencias en la composición de ciertos elementos como el oxígeno o el tungsteno. Precisamente otros dos estudios publicados este miércoles en Nature se centran en ese segundo elemento, cuya composición es ligeramente diferente entre la Tierra y la Luna. En una nota de prensa, uno de los equipos responsables del trabajo señala que estos datos son compatibles con un gran impacto, pero descartan la posibilidad de que Theia y la Tierra tuvieran la misma composición. Mastrobuono y Canup mantienen que sí son compatibles, aunque, advierte esta última, serán necesarios nuevos cálculos probabilísticos para demostrarlo.




jueves, 2 de abril de 2015


Nómadas gracias a la tecnología
 “Antes nuestra vida acababa con la puesta de sol. A partir de ese momento apenas podíamos hacer nada. Teníamos que utilizar velas para alumbrarnos, y éramos conscientes del peligro que eso entrañaba. Así que íbamos a dormir pronto y nos levantábamos un poco antes del amanecer para ordeñar a las vacas”. Sin embargo, ahora la existencia de la familia de Zolzaya Bandgait ha dado un vuelco. “Desde hace algo más de un año somos más felices. Podemos cenar más tarde, disfrutar jugando a las cartas, comunicarnos con amigos y familiares, y ver lo que pasa en el mundo”. La diferencia radica en la tecnología. Porque los Zolzaya son nómadas, viven en el desierto del Gobi, y han decidido invertir gran parte de sus ahorros en la instalación de varios aparatos que han reducido notablemente la brecha que los separaba de la calidad de vida de la población urbana.
“Primero instalamos el aerogenerador y las placas solares. Eso nos permitió tener luz dentro delger —la yurta tradicional mongola con la que esta familia se mueve hasta ocho veces al año en busca de los mejores pastos—. También compramos una batería a la que hemos conectado el teléfono por satélite —subvencionado por un programa del Banco Mundial— y un televisor en blanco y negro. Gracias a una antena parabólica recibimos algunos canales de televisión”, cuenta Zolzaya. Su hija, Azzaya Soyol, ya no se pierde ni un episodio de sus series surcoreanas favoritas, que llegan con multitud de interferencias, pero llegan. “La televisión también nos ayuda a tener entretenidos a los niños y nos permite hacer algo de tiempo para nosotros”, comenta entre risas ella, que, a sus 25 años, tiene dos hijos con Bot Amgalan, un joven de su misma edad.
No obstante, la mejoría va mucho más allá del ocio. Por un lado está la reducción del riesgo de incendio que, como es lógico en una vivienda de tela, con el uso de velas era muy elevado. Además, la llegada del teléfono por satélite a una zona sin cobertura de móvil permite dar cuenta de emergencias y pedir ayuda, así como conocer el precio que se paga por el ganado, la lana, o los productos lácteos. Eso dificulta que los intermediarios que los compran les engañen, “algo que antes sucedía a menudo”, y que puedan decidir cuál es el mejor momento para venderlos. También gracias a la televisión, Zolzaya tiene acceso a previsiones meteorológicas que le permiten determinar con más exactitud la zona más adecuada para llevar el ganado. “En el desierto no es fácil cuidar de 600 ovejas como tenemos nosotros. Elegir el lugar en el que crece más vegetación puede marcar la diferencia entre que vivan o que mueran”.
Pero uno de los efectos más importantes que tiene la adopción de la tecnología por parte de los nómadas que habitan el país con menor densidad de población —tres millones en una superficie de 1,5 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a tres veces la de Francia—, es la propia supervivencia de una forma de vida que se remonta a los tiempos de Gengis Kan. “La juventud no quiere vivir en el campo, quiere mudarse a la ciudad. En gran parte es así porque no solo percibe que allí hay más posibilidades de crecer en el terreno profesional, también porque en un ger las opciones de ocio y de acceso a la información son muy limitadas. Es duro y es aburrido”, explica Damb Batnasan, otro ganadero que instala su yurta a unos mil kilómetros de distancia, en la estepa del centro del país. “Si queremos que el nomadismo no muera con la gente de nuestra generación tenemos que hacerlo más atractivo para los jóvenes. No nos podemos oponer a los avances que llegan, lo mismo que tenemos que asegurarnos de que las nuevas generaciones vayan a la escuela”, explica.
De hecho, su ger está lleno de niños y de adolescentes. Porque, además de las dos hijas del matrimonio, cuatro de sus amigos han decidido pasar las vacaciones escolares del Año Nuevo Lunar con la familia. Y después de haber disfrutado al galope de las interminables llanuras congeladas durante el día, por la noche se turnan para jugar con los dos teléfonos móviles inteligentes que posee la familia, que también sirven para capturar momentos que antes se perdían para siempre. “Para hacernos una foto teníamos que ir al pueblo que está a 40 kilómetros de distancia”, ríe Damb mientras se hace un selfie con la hija menor. Mientras tanto, la madre, Batsuren Tsetsegmaa, disfruta de la película que reproduce en un lector de DVD. “Algunos nómadas creen que la tecnología distancia a las familias porque cada uno está a lo suyo, pero yo creo que es al revés”, sentencia el padre, que ya está pensando en cómo instalar una conexión a Internet.
Delgerma tiene 16 años y está de acuerdo con Damb. Es una de los 300.000 nómadas que todavía no tienen electricidad, y, a su edad, la vida en el campo ya no le satisface. Se siente incomunicada y aburrida. Sus padres, habitantes también de la estepa, dan la espalda a todo lo que tenga cables, y con ellos no tiene la confianza suficiente como para hablar de temas propios de la adolescencia. “El único contacto que tengo con el mundo exterior es a través de la radio de mi padre. Y casi siempre está sin pilas. No puedo comunicarme con los pocos amigos que tengo, y sin luz no hay nada que hacer por la noche”. Así no es de extrañar que esté pensando en hacer las maletas y labrarse un futuro mejor en la capital, Ulán Bator, a unos 350 kilómetros de distancia. “Quiero conocer gente y llevar una vida normal. Aquí terminarán casándome con alguien que les interese para que siga llevando la misma vida”, se lamenta. Como ella, muchos otros jóvenes apuestan por la vida sedentaria, y cada año entre 30.000 y 40.000 mongoles, sobre todo jóvenes, abandonan el campo para echar raíces sobre el asfalto.
Afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por la incorporación de placas solares y de aparatos electrónicos en sus vidas. De hecho, el Proyecto para el Acceso a Energías Renovables y Electricidad en Zonas Rurales, implementado por el Gobierno desde el año 2000 en colaboración con el Banco Mundial, ha conseguido que más de 100.000 familias nómadas, en torno a medio millón de personas en total, cuenten con esta fuente de energía limpia que, a su vez, ha permitido incrementar sustancialmente el acceso a un teléfono, cuya tasa el año 2005 era la más baja del mundo—un 1% en el campo—. En 2006 solo 1,2 millones de minutos de conversación telefónica tuvieron su origen fuera de la capital, pero en 2013 esa variable aumentó hasta los 56,5 millones. El objetivo es que para 2020 toda la población tenga acceso a la electricidad, y un 70% pueda comunicarse por vía telefónica.
Mineihan Hadis, otro nómada del desierto, reclama también ayudas para adquirir vehículos de motor. “Una moto como la que yo tengo, por ejemplo, tiene muchas ventajas sobre los caballos y los camellos que hemos utilizado tradicionalmente: nos permite llegar a la zona en la que tenemos el ganado mucho más rápido, y podemos desplazarnos a la ciudad si hay una emergencia. Porque hasta aquí no llegan las ambulancias, se pierden por el camino”, explica. Es fácil entender por qué: el desierto y la estepa son dos infinitas alfombras en tonos ocres y verdes, en las que no hay carreteras ni forma sencilla de orientarse. De ahí que el GPS también esté ganando adeptos. “Nosotros sabemos llegar a los lugares cercanos gracias a las montañas o a particularidades del terreno, pero para el resto resulta casi imposible localizarnos. El uso de coordenadas es una buena solución”, comenta. “En cualquier caso, lo importante es utilizar la tecnología a nuestro favor. Para que la vida nómada pueda seguir existiendo con dignidad”, sentencia Damb.


miércoles, 1 de abril de 2015



¿Qué enfermedades genéticas podemos transmitir a nuestro hijo?
Cada persona es portadora de entre tres y cinco mutaciones genéticas recesivas. Algunas son especialmente frecuentes, como la ligada a la fibrosis quística (presente en una de cada 25 personas) o la atrofia muscular espinal (una de cada 50). Ser portador no implica sufrir la enfermedad, ni presentar síntomas, ni que se hayan manifestado antes en algún familiar. Pero si se diera la casualidad de que los dos miembros de la pareja tienen alterado el mismo gen existe un riesgo del 25% de que los hijos padezcan la patología. ¿Cómo saberlo?
Uno de los últimos servicios que ofrecen los centros de reproducción asistida son los llamados test de compatibilidad genética. Gracias a esta posibilidad, cualquier pareja que quiera tener descendencia podrá conocer qué mutaciones tiene cada uno de ellos y si existe riesgo de transmitir determinadas enfermedades (depende del test, entre 200 y 600). Con esta información podrán saber si pueden intentar un embarazo natural sin asumir riesgos (al menos, los conocidos) o si les compensa recurrir a procedimientos para esquivar las mutaciones, ya sea a través de un programa de donación de gametos (embriones u óvulos) o someterse a un proceso de reproducción asistida que permita estudiar los embriones en el laboratorio e implantar el que no haya heredado la enfermedad (diagnóstico genético preimplantacional).
Los centros de reproducción han ido sustituyendo el lema clásico de “un embrión, un niño” como objetivo –para evitar embarazos múltiples– por el de “un niño sano en casa”. Y buscan clientes ya no solo entre personas con problemas de fertilidad, sino entre todo tipo de parejas preocupadas por tratar de aprovechar al máximo las posibilidades que ofrece la ciencia y la tecnología –especialmente los métodos de secuenciación genética masiva, cada vez más baratos– para limitar la probabilidad de tener alguna de estas enfermedades ligadas a la mutación en un gen, cuya prevalencia ronda el 1% de los nacimientos, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Distintos colegios profesionales estadounidenses de genética (Colegio de Genética Médica de EE UU) o de ginecología (Colegio de Obstetras y Ginecólogos de EE UU) ya aconsejan este test, se requiera o no ayuda para concebir.
Uno de los principales laboratorios que ofrece esta prueba es Igenomix, que colabora, con el Grupo IVI, entre otras clínicas de reproducción asistida. La firma tiene la sede en Valencia y también cuenta con laboratorios en Miami, Los Ángeles, Sao Paulo, Milan, Nueva Delhi y Dubái. Carlos Simón, responsable de la firma, explica que el test ha tenido una acogida especialmente relevante en Estados Unidos, pero también destaca el caso de Dubái, desde donde la firma presta servicios a Oriente Medio. “Allí, debido a la elevada consanguinidad por la frecuencia de matrimonios entre familiares hemos visto que el número de mutaciones es muy elevado”, relata. De hecho, Simón cuenta la anécdota de que han tenido que cambiar en nombre del test, ya que en estos países plantear el concepto de incompatibilidad puede tener serias consecuencias: si un hombre no puede tener hijos con su mujer –como sería el caso, según una interpretación extrema– , tiene el derecho de repudiarla. El Compatibility Genetic Test se ha rebautizado como Carrier Genetic Test (CGT).
Los investigadores del centro han elaborado un estudio con 137 parejas y han observado que, con datos básicamente de pacientes españoles, hasta el 7% de las parejas que se han hecho el test tenían riesgo (el 25% por bebé) de tener un hijo enfermo por enfermedades recesivas o ligadas al cromosoma X.
Cada laboratorio ha desarrollado su propia prueba, “pero lo importante es el nivel de detección de mutaciones, nosotros observamos más de 33.000”, comenta Xavier Barri, responsable de la unidad de genética reproductiva de la compañía. El precio de las pruebas más completas, señala, se encuentra entre los 700 y 800 euros.
Estos test se comenzaron a practicar en los programas de donación, tanto de esperma como de óvulos. “La ley obliga a analizar a todos los donantes”, explica Julio Martín, de Igenomix. De esta forma, al conocer las características genéticas de los gametos se pueden cruzar adecuadamente con las del receptor para evitar la coincidencia de mutaciones recesivas y el riesgo de transmitir enfermedades. Es un procedimiento que ya se ha incorporado a la rutina clínica.
Pero, al margen de los tratamientos de reproducción asistida, cada vez es más frecuente que parejas que han decidido concebir de forma natural acudan a los centros a solicitar esta prueba. “Es gente que quiere conocer al máximo los riesgos que tiene”, apunta Barri, de Dexeus. “En Estados Unidos es más común, en Europa será más frecuente. De unos 600 pacientes a los que hemos atendido, 100 se trataban de parejas sin patología", explica. “Incluso hemos tenido casos de solteros que querían saber si eran portadores de alguna mutación para saberlo si de cara al futuro tenían pareja”, añade Xavier Estivill.