lunes, 28 de octubre de 2013

LA CAIDA DEL COMUNISMO


La Polonia de Lech Walesa dio el paso al frente hacia el fin del comunismo del Este. En agosto de 1980, este electricista se convirtió en líder de cruentas protestas sindicales en el astillero Lenin de la ciudad de Gdansk. La mecha prendió —según publicó la prensa internacional, más de 300.000 obreros pararon en todo el país para apoyarles— y el Gobierno comunista tuvo que ceder y reconocer a los trabajadores el derecho a organizarse libremente. El Comité de Huelga terminó convertido en Solidaridad, sindicato dirigido por Walesa; el primero independiente de un país del bloque soviético. Fue un éxito efímero. Ante las amenazas de la URSS, en 1981 el Gobierno decretó la Ley marcial y una Junta Militar asumió el poder. Solidaridad fue ilegalizado y Walesa, arrestado hasta finales de 1982. Su paso adelante le supuso el Nobel de la Paz un año después. Pese a la represión, la conflictividad obrera siguió y en 1988, el Gobierno tuvo que negociar con Walesa y otros líderes tras una serie de huelgas. Era el primer paso hacia la transición democrática: Solidaridad volvió a la legalidad, se convocaron elecciones libres el 4 de junio de 1989 y el partido comunista fue derrotado. En septiembre de 1989 se formaba el primer gobierno no comunista en la Europa del Este desde 1945: Tadeusz Mazowiecki, dirigente de Solidaridad, fue nombrado primer ministro y Walesa, elegido presidente en el 90.
Fue el inicio de una ola democrática que ese mismo año arrasó las dictaduras comunistas del Este. En la primavera de 1989, Hungría da un paso histórico cortando la alambrada que separaba su frontera con Austria. Se abría así una grieta en el Telón de Acero que aprovecharon para huir cientos de alemanes de la RDA (Hungría dejó de deportarlos como había venido haciendo). En la medianoche del 10 de septiembre las fronteras se abrían definitivamente y 15.000 alemanes del Este aprovecharon en 15 días el paso abierto. La RDA estaba en suspenso.
Los sectores reformistas del comunismo húngaro, dirigidos por Imre Poszgay, lideraron el cambio: reconocieron el multipartidismo y las libertades de reunión y expresión y meses después, el Partido Socialista Obrero Húngaro se disolvía y se aprobaba una constitución democrática. El 23 de octubre de 1989, Hungría se declaró república soberana independiente. Partidos anticomunistas ganaron las elecciones en 1990.
Las piezas encajaban por los hilos 'no movidos' de Gorbachov en la URSS y su política aperturista de Perestroika y Glasnost, que orientó a Rusia hacia la 'no intervención' en Europa Oriental. Decidieron no continuar respaldando a los regímenes satélites, lo que, en la práctica, ratificaba cualquier cambio en sus Gobiernos. El contagio era imparable.
En la RDA, Erich Honnecker —jefe de Estado, máximo dirigente del Partido Comunista, jefe del Ejército y contrario a cambios— fue sustituido por un comunista reformista, Egon Krenz, que abrió el Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. La barrera más simbólica, la más visual, también caía. Se sumó Checoslovaquia, donde, el 17 de noviembre de 1989, la represión del régimen de Gustav Husak contra una manifestación de estudiantes en Praga desencadenó protestas que tumbaron al Gobierno. El 27 de noviembre se celebró una huelga general y la'Revolución de Terciopelo' obligó al Partido a abandonar y elevó a la presidencia de la Asamblea legislativa al héroe de la Primavera en Praga, Alexander Dubcek, y a la jefatura del Gobierno, a Vaclav Havel, un conocido disidente. Juntos iniciaron un proceso de democratización que apostó por Europa y el mercado.
También en Bulgaria se sucedieron las manifestaciones contra el Gobierno y ocupó el poder un comunista reformista, Petar Mladenov, que inició el camino hacia la democratización del régimen. Y en Rumanía, Nicolae Ceausescu dio fuertes coletazos como el último dictador comunista de Europa del Este. Tras años de represión atroz, las protestas estallaron a finales de diciembre. Ante una población cada vez más enfrentada, Ceausescu convocó el 22 de diciembre una manifestación multitudinaria de adhesión al régimen. Quería terminarla con un discurso retransmitido en directo a todo el país, pero las cosas no salieron como él pensaba: el edificio del Comité Central en Bucarest fue asaltado y Ceausescu terminó huyendo en helicóptero junto a su mujer. No llegó muy lejos. Horas después fueron detenidos y tres días más tarde, el de Navidad, fusilados ante las cámaras, tras un juicio sumarísimo de dos horas a cargo de un tribunal del nuevo Gobierno. Las imágenes fueron televisadas para 'tranquilizar' al país, que había visto morir a cerca de 2.000 personas en la represión a las protestas. El Frente de Salvación Nacional, compuesto por comunistas críticos con Ceausescu, puso en marcha un proceso reformista que terminaría en elecciones libres el año siguiente.
Así, paso a paso, se derrumbó el sistema comunista en la Europa del Este, el poder de la URSS pasó a la historia y Estados Unidos quedó como única superpotencia mundial. Las consecuencias fueron globales: China, Irak, Oriente Próximo, Cuba... Las cenizas de la Guerra Fría seguirían ardiendo.

martes, 1 de octubre de 2013


El enfrentamiento político provoca el cierre del Gobierno en EE UU


En realidad, será el paraíso de anarquía liberal con el que el Tea Party sueña, el mundo sin gobierno que el extremo conservadurismo norteamericano predica a diario. Para esa derecha, el símbolo supremo del horror estatista es la reforma sanitaria que Obama consiguió sacar adelante con muchas dificultades en 2010. Sobre esa reforma –o la caricatura que la demagogia ultra ha hecho de esa reforma- se centra la ofensiva que ha acabado con este cierre de la Administración.
La Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, exigió, primero, que la extensión del presupuesto fuese condicionada a la eliminación de los fondos para seguir adelante con la reforma sanitaria. En un siguiente paso, algo más modesto, pidió que la aplicación de la reforma, que entra plenamente en vigor el 1 de enero de 2014, se retrasase un año. Ninguna de las dos condiciones fueron aceptadas por la Casa Blanca ni por los demócratas en el Senado, que consideraron la maniobra un chantaje inadmisible. No hay precedentes de que, para cumplir con la rutina de extender el presupuesto –a lo que el Congreso está constitucionalmente obligado-, se demande la abolición o suspensión de una ley debidamente aprobada y, en este caso, ratificada por el Tribunal Supremo.
Esa ley puede ser difícil de aplicar. Creará, tal vez, algunas complicaciones burocráticas, puesto que no es sencillo integrar de repente en un sistema sanitario a millones de personas. Pero, en última instancia, puede conseguir que solo un número residual de personas quede sin seguro de salud en un país que tradicionalmente ha tenido a decenas de millones desprotegidas.
Una de las grandes paradojas de la crisis actual es que hubiera sido fácil de evitar con un poco más de coraje del liderazgo republicano en el Congreso. Todos los observadores coinciden en que existían suficientes votos en la Cámara de Representantes como para aprobar la extensión del presupuesto sin añadidos ni condiciones. La suma de demócratas y republicanos moderados es, en teoría, suficiente como para sacar adelante la ley de extensión. El problema es que eso ni siquiera ha sido sometido a votación porque el presidente de la Cámara, John Boehner, un centrista, no se ha atrevido a desafiar al Tea Party. Faltan solo 13 meses para las próximas elecciones legislativas, y los republicanos saben lo peligroso que resulta enfrentarse a ese sector del partido, amplio dominador de las emociones de las bases.
El caso es que, entre chantajes, miedos e impotencia –unido a la incapacidad de los demócratas y de Obama de movilizar convenientemente a la opinión pública a favor de su reforma sanitaria-, se ha llegado a esta situación, que puede causar un serio perjuicio económico, pero, sobre todo, daña la imagen del país que debía dar ejemplo de firmeza y coherencia en la conducción de su política, no por razones morales, sino porque es el sostén de la economía mundial y el principal implicado en la seguridad internacional.
Y lo peor es que, con ser grave lo que ha ocurrido, es mucho menos grave que lo que puede ocurrir. El 17 de octubre EE UU alcanza el techo de deuda. Si el Congreso no autoriza nuevo endeudamiento, el Gobierno tendrá que suspender pagos, incluidos los beneficios de los bonos del Tesoro. Pero el Congreso, nuevamente, condiciona esa autorización a la suspensión o eliminación de la reforma sanitaria. Los efectos sobre la economía mundial de una suspensión de pagos por parte de EE UU serían tan atroces, que se confía en que haya antes una solución. Pero todo lo dicho más arriba puede repetirse aquí para contener ese optimismo.