El
pasado nazi que algunas dinastías empresariales no quieren reconocer
Por David de Jong
La columna vertebral de la economía
alemana actual es la industria automotriz. Esto no solo se debe a que
representa alrededor del 10 por ciento del PIB; marcas como Porsche, Mercedes,
BMW y Volkswagen son reconocidas en todo el mundo como símbolos del ingenio y
la excelencia de Alemania en el sector industrial. Estas empresas invierten
millones en mercadotecnia y publicidad para sustentar esa imagen. Invierten
menos dinero y energía en hablar sobre sus orígenes.
El éxito de estas corporaciones se
remonta directamente a los nazis: Ferdinand Porsche convenció a Hitler de poner
en marcha las operaciones de Volkswagen. Su hijo, Ferry Porsche, quien hizo
crecer a la empresa, se ofreció voluntariamente como oficial de las SS. Herbert
Quandt, quien convirtió a BMW en lo que es hoy, cometió crímenes de guerra.
También Friedrich Flick, quien llegó a liderar Daimler-Benz. A diferencia de
Quandt, Flick fue sentenciado en Núremberg.
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No es que este sea un
secreto en la Alemania moderna, pero sí se ignora con despreocupación. Estos
titanes de la industria, los hombres que desempeñaron un papel central en el
desarrollo del “milagro económico”
del país después de la guerra, en general siguen siendo alabados y celebrados
por su visión empresarial, no por sus actos bélicos. Edificios, fundaciones y
premios llevan sus nombres. En un país que es tan elogiado por su cultura de
remembranza y arrepentimiento, el reconocimiento honesto y transparente de los
actos en tiempos de guerra de algunas de las familias alemanas más adineradas
sigue siendo, en el mejor de los casos, una acotación. Pero las cuentas no
estarán del todo ajustadas sino hasta que estas empresas —y Alemania— sean más
explícitas sobre el pasado nazi de sus patriarcas.
He escrito sobre estas familias desde
hace una década; primero, como periodista de Bloomberg News, luego, como autor
de un libro sobre las dinastías empresariales alemanas y sus historias
relacionadas con el Tercer Reich. He indagado en cientos de documentos
históricos y estudios académicos, así como en memorias y autobiografías. He
hablado con historiadores y visitado archivos dentro y fuera de las fronteras
alemanas. Y mis descubrimientos me han asombrado.
Veamos primero a los Quandt. En la
actualidad, dos de los herederos de la familia tienen un patrimonio neto de
unos 38.000 millones de dólares, controlan BMW, Mini y Rolls-Royce y tienen
participaciones considerables en las industrias química y tecnológica. Los
patriarcas de la familia, Günther Quandt y su hijo Herbert Quandt, fueron
miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y sometieron hasta
a 57.500 personas a trabajo esclavo y forzoso en sus fábricas, donde se
producían armas y baterías para la iniciativa bélica alemana. Günther Quandt
adquirió empresas de judíos que fueron obligados a vender sus negocios a
precios inferiores a los del mercado y de otros cuyas propiedades fueron
incautadas luego de que Alemania ocupara sus países. Herbert Quandt ayudó con
al menos dos de estas adquisiciones sospechosas y también supervisó la
planificación, la construcción y el desmantelamiento de un subcampo de
concentración que jamás se finalizó en Polonia.
Tras el fin de la guerra, los Quandt
fueron “desnazificados” en un proceso jurídico malogrado
durante la posguerra en Alemania, cuando la mayoría de los perpetradores del
Holocausto eludieron el castigo por sus crímenes. En 1960, cinco años después
de heredar una fortuna de su padre, Herbert Quandt salvó a BMW de la quiebra.
Se convirtió en el accionista mayoritario de la empresa y comenzó a
reconstruirla. Hoy en día, dos de sus hijos, Stefan Quandt y Susanne Klatten,
forman parte de la familia más rica de Alemania, con un control casi
mayoritario de BMW. Los hermanos gestionan sus fortunas desde una ciudad cerca
de Fráncfort en un edificio que lleva el nombre de su abuelo.
Los Quandt de la
actualidad no pueden alegar que desconocen las acciones de su padre y su
abuelo. La información que acabo de mencionar se incluye en un estudio de 2011
que encargó la dinastía Quandt cuatro años después de que un documental crítico que apareció en la televisión expuso
parte de la implicación de la familia en el Tercer Reich. Pese a haber ordenado
el estudio, que fue realizado por un historiador y un equipo de investigadores,
al parecer los herederos de la BMW prefieren seguir con su vida como si no se
supiera nada.
En la única entrevista que
ofreció en respuesta a los hallazgos de la investigación, Stefan Quandt
describió el distanciamiento que la familia tomó de su padre y su abuelo como
un conflicto necesario pero “enorme y doloroso”. Aun así, el nombre de Günther
Quandt sigue plasmado en sus oficinas centrales y Stefan Quandt concede un
premio anual de periodismo que lleva el nombre de su padre. Stefan Quandt
afirmó creer que el “trabajo de toda la vida” de su padre lo ameritaba.
En la entrevista, Stefan Quandt declaró
que, para la familia, los objetivos principales del estudio eran “la apertura y
la transparencia”. Pero durante una década más, el sitio web de Herbert Quandt
Media Prize mostró una biografía de su homónimo que no mencionaba sus
actividades durante la época nazi, excepto por el momento en que se unió al
consejo administrativo de la empresa de baterías de su padre en 1940.
Eso no cambió sino hasta finales de
octubre de 2021, más de una década después de que se realizó el estudio, pero,
muy evidentemente, a pocos meses de que yo cuestionara a la familia al
respecto. Ahora, una biografía ampliada menciona parte de los hallazgos
del estudio, como la responsabilidad que tuvo Herbert Quandt en la contratación
de personal en las fábricas de baterías de Berlín, donde personas fueron
sometidas a trabajo esclavo y forzoso. Pero aún omite la participación de
Herbert Quandt en el proyecto del subcampo de concentración, el uso que hizo de
prisioneros de guerra en su propiedad privada y su contribución a la
adquisición de compañías que fueron arrebatadas de empresarios judíos.
En 2016, la rama filantrópica de BMW se
consolidó con el nombre BMW Foundation Herbert Quandt. Ahora es una organización
benéfica de categoría mundial, con alrededor de 150 millones de dólares en
activos, que apoya causas de sustentabilidad e inversiones de impacto. Stefan
Quandt y Klatten se cuentan entre sus donantes fundadores. Si tomamos la
información del sitio web de la fundación,
la biografía entera de Herbert Quandt se resume a un solo acto: “Garantizó la
independencia” de BMW. El lema de la organización benéfica es promover el “liderazgo
responsable” e inspirar a “líderes de todo el mundo a trabajar para desarrollar
un futuro más pacífico, justo y sustentable”.
BMW y sus accionistas mayoritarios,
Quandt y Klatten, no están solos en su revisionismo. En 2019, la Ferry Porsche Foundation anunció que otorgaría la
primera cátedra de Historia Corporativa de Alemania en la Universidad de
Stuttgart. La empresa Porsche creó la fundación en 2018, 70 años después de que
Ferry Porsche diseñó su primer auto deportivo. “Enfrentar nuestra historia es
un compromiso de tiempo completo”, escribió el presidente de la organización
benéfica en una declaración. “Este es precisamente el tipo de reflexión crítica
que la Ferry Porsche Foundation quiere promover, porque: para saber a dónde
vas, debes saber de dónde vienes”.
Podría haber comenzado más cerca de
casa. La fundación lleva el nombre de un hombre que, de manera voluntaria,
solicitó trabajo en las SS en 1938, fue contratado como oficial en 1941 y
mintió al respecto por el resto de su vida. Durante la mayor parte de la
guerra, Porsche estuvo ocupado con la administración de la empresa Porsche en
Stuttgart, que explotó a cientos de trabajadores forzados. Como el director ejecutivo
de Porsche en las décadas de la posguerra, se rodeó de personas que tenían
puestos de alto rango en las SS.
En su autobiografía
de 1976, Porsche ofreció un recuento histórico tergiversado, repleto de
declaraciones antisemitas, sobre el cofundador judío de Porsche, Adolf
Rosenberger. Incluso acusó a Rosenberger de extorsión luego de que se vio
obligado a huir de la Alemania nazi. La verdad fue que, en 1935, Ferry Porsche
recibió las acciones de la empresa que le correspondían a Rosenberger luego de
que su padre, Ferdinand Porsche, y su cuñado, Anton Piëch, compraron las
acciones del cofundador, a un precio muy inferior al del mercado.
Hoy, Porsche no solo
auspicia cátedras o fabrica autos deportivos. Junto con sus primos, los Piëch,
los Porsche controlan el Grupo Volkswagen, que incluye a Audi, Bentley,
Lamborghini, Seat, Skoda y Volkswagen. El patrimonio neto combinado del clan
Porsche-Piëch se valúa en unos 20.000 millones de dólares. Ahora se preparan
para escindir a Porsche del Grupo Volkswagen y cotizarla en bolsa,
en la que se perfila para ser una de las ofertas públicas iniciales más grandes
de 2022.
Los Porsche nunca han mencionado en
público las actividades que sus patriarcas perpetraron durante el régimen nazi.
Y Ferry Porsche no fue el único implicado: Ferdinand Porsche, quien diseñó el
Volkswagen, dirigió la fábrica de Volkswagen durante la guerra junto con Piëch.
Ahí, decenas de miles de personas fueron explotadas en condiciones forzosas y
de esclavitud para producir armas en masa.
La Ferry Porsche Foundation auspició la
cátedra de la Universidad de Stuttgart porque, en 2017, los miembros de su
Departamento de Historia publicaron un estudio financiado por la empresa sobre
los orígenes de Porsche en la era nazi. Sin embargo, tal parece que el estudio
omitió algo muy importante: por algún motivo, la investigación no incluyó
ningún documento personal de Rosenberger. El estudio también describió de manera
errónea cómo se dio la venta de las acciones de Rosenberger. Cuanto más analicé
el estudio, más comenzó a revelarse como una fachada parcial en vez de un
recuento íntegro.
Luego tenemos a los Flick. Friedrich
Flick controló uno de los conglomerados de acero, carbón y armamento más
grandes de Alemania durante el régimen nazi. En 1947, fue sentenciado a siete
años de cárcel por crímenes de guerra y de lesa humanidad. En su juicio en
Núremberg, fue declarado culpable de hacer uso de trabajo esclavo y forzoso,
brindar apoyo económico a las SS y saquear una fábrica de acero. Tras su
liberación anticipada en 1950, reconstruyó su conglomerado y se convirtió en el
accionista mayoritario de Daimler-Benz, otrora el mayor fabricante de
automóviles en Alemania. En 1985, Deutsche Bank adquirió el conglomerado de
Flick, con lo cual sus descendientes se volvieron multimillonarios.
En la actualidad, una rama de la
dinastía Flick valuada en alrededor de
4000 millones de dólares administra una fundación privada en Düsseldorf
bautizada con el nombre de su patriarca. La fundación —que tiene un puesto en
el consejo administrativo de una de las universidades más prestigiosas de
Alemania y destina fondos a causas educativas, médicas y culturales, sobre todo
en Alemania y Austria— sigue llevando el nombre de un criminal de guerra
convicto en cuyas fábricas y minas decenas de miles de personas trabajaron en
condiciones forzadas o de esclavitud, incluidos miles de judíos. Pero si
revisas el sitio web de la fundación,
jamás te enterarías del pasado sombrío de la fortuna de los Flick.
¿Cómo es posible que tres de las
familias empresariales más poderosas de Alemania, así como sus compañías y sus
organizaciones benéficas, estén tan desconectadas de la cultura de remembranza
tan elogiada del país?
Cuando le pregunté a
Jörg Appelhans, el vocero de años de Stefan Quandt y Klatten, acerca de su
decisión de bautizar sus oficinas centrales y su premio para medios con el
nombre de su padre y su abuelo, me envió un correo electrónico que decía: “No
creemos que cambiar los nombres de calles, lugares o instituciones sea una
manera responsable de lidiar con las figuras históricas”, porque hacerlo
“impide que haya una exposición consciente del papel que tuvieron en la
historia y más bien fomenta el olvido”.
Esta contorsión es
desvergonzada a un nivel muy específico. Estas familias no exponen la historia
sangrienta detrás de sus fortunas excepto, en ocasiones, en estudios
encargados, redactados en un denso alemán académico y cuyos hallazgos luego se
excluyen al describir el legado de la familia en internet. Ni siquiera
enfrentan su pasado de manera honesta. De hecho, hacen lo contrario: conmemoran
a sus patriarcas sin mencionar sus actos durante la era nazi.
Los representantes de los
multimillonarios Flick se rehusaron a ofrecer comentarios cuando me comuniqué
con la oficina de la familia. Cuando pregunté por qué no había una biografía de
Ferry Porsche en el sitio web de la fundación que lleva su nombre, Sebastian Rudolph,
el presidente de la fundación, respondió que se está “examinando en qué medida
también debería representarse esto en el sitio web de la fundación” y agregó
que “contemplamos el trabajo de toda la vida de Ferry Porsche desde una
perspectiva diferenciada”.
Durante décadas, la cultura de
remembranza ha sido un componente central de la sociedad alemana. En todas las
ciudades y pueblos alemanes encontrarás los Stolpersteine, cubos de latón y concreto con nombres y
fechas de muerte y nacimiento de las víctimas de la persecución nazi. Hay
monumentos, grandes y pequeños, por todas partes. En las cafeterías, desde
Berlín hasta Fráncfort y desde Hamburgo hasta Múnich, se escuchan
conversaciones a diario sobre la culpa y la expiación colectivas. Son diálogos
reflexivos, matizados y, sobre todo, conscientes.
No obstante, este movimiento encaminado
a enfrentar el pasado, por algún motivo, no está llegando a muchos de los
magnates más venerados de Alemania y sus historias turbias. Cuanto más tiempo
dedicaba a aprender sobre estas dinastías empresariales y sus mancillados
pasados, fortunas y empresas, además de su deseo de ignorar o encubrir el grado
de implicación de sus patriarcas en el Tercer Reich, más comencé a dudar sobre
la verdadera profundidad, sinceridad y durabilidad de esta cultura de
remembranza en Alemania.
La industria automotriz es un arquetipo
alemán por excelencia, es esencial no solo para la economía del país, sino
también para su identidad. ¿Acaso repudiar a estos magnates sería un rechazo de
la identidad nacional? ¿Acaso debemos alabar a estos hombres porque siguen
siendo símbolos poderosos del resurgimiento y el poder económico alemanes?
¿Celebrar el éxito comercial sigue siendo más importante en Alemania que
reconocer los crímenes contra la humanidad? ¿O será que la respuesta real es
más simple? Quizá el país está en deuda con unos cuantos multimillonarios y sus
empresas globales, que están más interesados en proteger sus reputaciones —y
sus fortunas— que en hacer frente al pasado.
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