Amenazas y destierro: el precio a pagar
por defender el agua en Colombia
Las pescadoras de
Barrancabermeja están dispuestas a sacrificarse para defender su ciénaga, que
denuncian que está contaminada por una refinería de la estatal Ecopetrol y
otras industrias de la zona
Por: EDU LEON
Una canoa se desliza lentamente por las aguas de la Ciénaga de
San Silvestre, a las afueras de Barrancabermeja, en el norte de Colombia. A
bordo van cinco pescadoras que desafían los peligros de una zona caliente en
todos los sentidos: a los más de 30 grados de temperatura habituales se le
suman los desafíos de un área con presencia de paramilitares, el Clan del Golfo
y el grupo guerrillero ELN. Pero estas mujeres, aglutinadas en la Federación de
Pescadores Artesanales de Santander (Fedepesan), se han organizado para
defender el agua de la contaminación en un área afectada por dos vertederos y
varias industrias, entre ellas una refinería de la petrolera Ecopetrol, la
empresa más grande de Colombia.
“Hay muchas amenazas, especialmente contra los líderes
pesqueros. Porque defienden los derechos de los pescadores y [luchan contra] la
contaminación del agua de la ciénaga. Entonces, a menudo se producen graves
amenazas contra nuestros líderes”, afirma Liudmila Alemus, una pescadora de 51
años que vive en la carretera de la ciénaga de San Silvestre, un pantano que
pertenece a la cuenca media del río Magdalena. Según cuenta, ella misma fue
víctima de un asalto el 25 de julio. Ese día, tres hombres armados llegaron a
su casa para amenazarla delante de su hijo de 8 años y revisaron la vivienda
durante una hora. Antes de irse, le advirtieron de que le cortarían las manos
si no les decía dónde tenía el dinero. Se llevaron un celular, una tablet y una
motocicleta.
Liudmila no conocía a los hombres ni sabe a qué grupo
pertenecían, pero cree que ese episodio está relacionado con su rol público de
defensora del agua. Así lo creen también varias organizaciones que defienden
los derechos de los pescadores de la zona que, en una denuncia pública emitida
una semana después del ataque, lo atribuyen a “retaliaciones por la labor en
defensa de los complejos cenagosos y sus afluentes, la protección de la pesca
artesanal y las denuncias realizadas por las y los pescadores artesanales”.
Según se puede leer en la carta, el asalto se produjo después de una inspección
dirigida por un grupo de la federación de pescadores, entre los que se
encontraba el esposo de Liudmila, para exponer ante funcionarios públicos las
afectaciones ambientales sobre varias fuentes de agua, incluida la ciénaga San
Silvestre.
Para Liudmila —varias veces desplazada por el conflicto armado y
cuya familia sufrió en carne propia la violencia con el asesinato de una de sus
hermanas— y para sus compañeras, las amenazas no son nuevas. Pero no dudan de
que tienen que seguir defendiendo el agua. De ella viven y por ella se sienten
protegidas. “Dondequiera que he vivido, he vivido junto a un río, un pantano o
una ciénaga. El agua es la vida para nosotros los humanos, para los peces, para
todo”, afirma la pescadora. “Ha habido contaminación y he visto que ahora los
peces no son tan grandes como antes”, confiesa. Según cuenta, cada vez hay
menos bocachico, la especie que más consumen en la zona, y ya casi no se
encuentra sábalo. Mientras habla, su hijo Stiven, que juega en el agua, le
grita: “Soy un manatí, mírame”.
Desde hace décadas, además de una fuente de biodiversidad, esta
zona es un área de extracción de petróleo. Entre otras industrias, allí opera
desde 1922 una refinería de Ecopetrol, la compañía estatal más grande de Colombia. Pero
para la población, la actividad petrolera no ha significado desarrollo, sino
que siguen teniendo malas carreteras, malas escuelas y malos hospitales. Y cada
vez ven más contaminación, tanta que, denuncian, ya hay zonas donde ya no
pueden pescar y algunas de las ciénagas incluso se han secado.
La ciénaga de San Silvestre es la despensa de Liudmila y sus
compañeras. Pero basta un viaje por sus aguas para ver los efectos de la
industria. Al pasar por el lado de las tuberías por donde salen los vertidos de
Ecopetrol, las hojas de guamo macho, almendro y zarza se tiñen de negro
azabache por el aceite, que también se deposita en las profundidades del
pantano.
En 2020, un informe de la
Contraloría sobre los planes de contingencia y la atención de emergencias en
derrames de hidrocarburos en cuerpos de agua afectados por la refinería de
Barrancabermeja señaló “contingencias repetitivas”, lo que indica “una carencia
de medidas preventivas efectivas”. Según la auditoría realizada entre los años
2012 y 2019, “la alteración de la calidad hídrica [relacionada con la actividad
de la refinería] afecta la disponibilidad y cantidad de peces a los que puede
acceder la comunidad del área de influencia de los cuerpos de agua más afectados”,
entre los que incluye la ciénaga San Silvestre.
La compañía, sin embargo, rechazó en un correo a EL PAÍS que el
informe concluya que las operaciones de la refinería Barrancabermeja hayan
afectado a la fauna o las aguas. Además, aseguraron tener un plan de gestión de
riesgos y emergencias actualizado, así como estar haciendo inversiones
“millonarias” para garantizar operaciones limpias y proteger el agua. “Los
eventos que se han presentado han sido atendidos de manera inmediata y efectiva
con personal y equipos propios; se han catalogado como menores porque no han
generado afectación que requiera procesos de recuperación de áreas”, añaden.
Pero Liudmila y sus compañeras no están de acuerdo con esta
versión. Por eso, en 2019, decidieron unirse para proteger las aguas. Una de
las actividades que realizan es la vigilancia del manatí antillano, una especie
en peligro de extinción, de acuerdo con la Lista Roja de la Unión Internacional
para la Conservación de la Naturaleza y la Convención sobre el Comercio
Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Además, las pescadoras hacen controles de la ciénaga para registrar y
documentar los materiales contaminantes y masas aceitosas, participan en
espacios institucionales como consejos de pesca y hacen denuncias públicas, lo
que les ha valido ser objetos de amenazas e incluso de destierro, como sucedió
con Yuly Velázquez, la presidenta de Fedepesan en el departamento de Santander.
Esta mujer de 37 años ha tenido que alejarse de la ciénaga en la
que pescaba y ahora vive en un barrio de la ciudad de Barrancabermeja, donde
recibe diariamente la visita de la unidad de protección de la policía tras
haber sufrido tres intentos de asesinatos desde enero 2021. Antes de huir, Yuly
había enseñado a los demás pescadores a utilizar los teléfonos móviles y a
registrar con fotos, vídeos y directos en redes sociales su situación, lo que
movilizó a ecologistas de otros lugares. “Los pescadores, los que estamos más
cerca del agua, empezamos a identificar y documentar la contaminación. Fuimos
testigos de la mortandad de peces, de la flora y de fauna como tortugas y otras
especies. En ese momento, empezamos a hacer la línea de base, anotando los
lugares más contaminados”, recuerda.
Yuly ha denunciado públicamente en varias ocasiones la
contaminación de la ciénaga, así como irregularidades en la adjudicación de un
contrato para su limpieza y ha pagado caro su activismo: en 2021, sufrió el
primer ataque armado en su casa. En mayo de este año, volvió a ocurrir cuando
estaba con otros pescadores: “Nos dispararon desde la orilla hacia la lancha.
Cada vez que denunciamos un nuevo problema de contaminación, pasa”, asegura. El
mes pasado, fue víctima de un nuevo ataque en el que su guardaespaldas fue
alcanzado por una bala en la cara.
La líder pescadora reconoce que tiene miedo y que su lucha ha
hecho que su familia no pueda vivir en paz. “Cualquier ruido, cualquier coche
sospechoso, cualquier persona que te mira, ya pienso que empieza de nuevo”,
afirma. Pero su compromiso para defender la ciénaga y a las comunidades
pesqueras sigue firme: “Si yo no lucho por el agua, y, si los demás le tienen
miedo, ¿quién lo hará?”, se pregunta. ”Tenemos especies en peligro de
extinción, por lo que luchamos por el agua. Si no tenemos agua, no podemos
pescar (...) La contaminación es una forma de amenazarnos para que finalmente
tengamos que irnos”.
Sin embargo, sabe que por ahora debe vivir lejos de la ciénaga
por seguridad. Lo mismo les ha sucedido a otras activistas, como Carolina Agon,
una pescadora de 35 años que es vicepresidenta de la asociación de pescadores
del Magdalena Medio. Tras recibir ataques y amenazas que ella atribuye a las
Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) —un grupo paramilitar que ha cargado
contra otros ambientalistas—, en febrero tuvo que salir de su casa para buscar
un lugar seguro en otra parte del país.
Edin Salazar, de 63 años y compañera de asociación de Yuly y
Liudmila, se mantiene firme en la lucha pese a haber presenciado uno de los
ataques a la presidenta de Fedepesan. Pese al temor, dice sentirse orgullosa al
pensar que está cumpliendo con el deber de defender el medio ambiente para sus
nietos.
Los
pantanos y las aguas del río Magdalena en Barrancabermeja ya sufren deterioro
al ser una de las zonas petroleras más importantes de Colombia.
Mientras, Yuly sueña con poder volver a la ciénaga, para volver
a disfrutarla. “No hemos perdido nuestra esencia de estar conectados al agua. A
mi hijo le encanta ir a pescar. El agua está en mi sangre. Son mis venas,
¿verdad? Me encanta el río y mi sueño es tener una casa junto al agua en la
ciénaga porque me conecta con mis abuelos que han muerto, me conecta con el
mundo y la realidad y con todas las cosas bonitas que podemos disfrutar”.
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