¿Podemos vivir sin cerebro? Sorprendentemente sí
Hay animales que
viven perfectamente sin cerebro y personas que, aunque parezca mentira, también
Por: IGNACIO CRESPO
No siempre lo tuvimos
tan claro, pero en el presente, sabemos bien que el cerebro es el órgano con el
que pensamos, memorizamos y sentimos. Sabemos que, de su relación con
nuestro cuerpo y con el entorno, emerge lo que históricamente hemos
llamado mente. En definitiva, entendemos su
importancia y, precisamente por eso, usamos insultos como “descerebrado” o
decimos cosas como “no tiene nada en la sesera” o, “se le ha secado el cerebro”. Sin embargo, por importante e
interesante que sea el cerebro, no podemos dejar que nos confunda,
porque es posible vivir sin él. No todos los animales necesitan un cerebro y, ya puestos, tal vez tú
tampoco.
Antes
que nada, conviene aclarar qué es un cerebro, porque si descuidamos las
definiciones nos encontraremos con comentarios desafortunados, como ese tan
recurrente que identifica nuestro intestino como un segundo cerebro solo por tener una gran
cantidad de neuronas y liberar sustancias capaces de activarlas. Para que
nos entendamos: un cerebro es un grupo de células nerviosas
(neuronas) muy interconectadas entre sí, de
tal modo que puedan procesar información y no solo transmitirla de un lado para
otro. Sería la diferencia entre tener muchos cables en paralelo, o un
circuito como el de la placa base de un ordenador. Y ahora sí, hablemos de
seres descerebrados.
Cuatro cables bien puestos
Si
queremos un ejemplo de formas de vida sin cerebro lo más sencillo es hablar de
plantas, hongos, algas, bacterias, etc. No obstante, hay ejemplos mucho
más interesantes, porque, aunque no hubiéramos caído en esas formas de vida,
todos sabemos (o al menos intuimos) que cerebro, lo que es un cerebro propiamente dicho, no tienen.
Simplemente responden a estímulos de forma directa, como si fueran reflejos.
Sin
embargo, como íbamos diciendo: hay ejemplos más interesantes, como es, por
ejemplo, el caso de las medusas. Estas, en lugar de tener una agrupación
de células nerviosas muy interconectadas
entre sí, las tienen distribuidas formando un anillo en torno a su umbrela, que
así se llama el “capirote” gelatinoso que contraen y distienden para
desplazarse. Con eso son capaces de sincronizar la contracción de sus
células para generar una ráfaga con la que propulsarse, como si coordinaran una
ola en un estadio lleno de gente. Es más, si somos estrictos con la definición
de cerebro, encontraremos que algunos textos
excluyen las estructuras nerviosas de los insectos
(y artrópodos en general) y, en lugar de cerebros, debido al tamaño y
complejidad de estos, los presentan como ganglios. Los insectos carecerían
de cerebro como tal y, sin embargo, sus tejidos nerviosos son capaces incluso
de aprender procesos básicos.
Un brillante descerebrado
Ahora
bien, hemos prometido hablar de personas funcionales que carecen de cerebro y eso haremos, pero antes, es
necesario aclarar que, en este caso, no nos referimos a una ausencia total
de cerebro, sino a una reducción notable del
mismo. Y, por si acaso, antes de que decrezca el interés, adelantaremos
que John Lorber, el protagonista de esta historia, era un estudiante brillante
de matemáticas con un cerebro de apenas un milímetro de espesor: un descerebrado en más neutro de los
sentidos.
El
cerebro es una de las varias estructuras nerviosas que hay en nuestro cráneo y,
en su interior, hay cavidades que producen el líquido cefalorraquídeo, en el que flotan el
cerebro, el cerebelo, el tronco del encéfalo y la médula espinal,
protegiéndolos. Sin embargo, a veces la producción de líquido crece o su
circulación se interrumpe, aumentando el tamaño de esas cavidades (ventrículos
cerebrales) e inflando al cerebro como si fuera un globo. En los bebés,
cuyos huesos del cráneo todavía no están unidos, esto produce un aumento del
tamaño de la cabeza, pero en casos más entrados en años, como Lorber, el
aumento craneal era mínimo y hubo que hacerle
una resonancia magnética para comprobar que su cerebro había adelgazado bajo la
presión interna de los ventrículos, haciendo que estos lo aprisionaran contra
las paredes del cráneo hasta dejarlo como una hoja de poco más de un milímetro.
Todavía
no sabemos bien cómo es posible que Lorber fuera, no solo funcional, sino
brillante en algunos aspectos de su vida. No obstante, se sospecha que puede
tener que ver con dos aspectos. Por un lado, que el cerebro es algo redundante, por lo que
suele almacenar la información varias veces por separado para evitar problemas
y que, por lo tanto, puede tolerar pérdidas importantes, como estas, si se dan
en las condiciones adecuadas. Por otro lado, la plasticidad del cerebro, esto es: su capacidad para
“recablearse” y redistribuir funciones perdidas en estructuras que sí conserva
habría permitido al joven Lorber compensar toda la masa cerebral perdida. En cualquier
caso, nos hace pensar sobre cómo de importante es realmente el cerebro y su extraña naturaleza.
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