Oasis que no es un espejismo, existe en
Perú y a falta de camellos… ¡buggies!
Después
de algo más de cuatro horas de viaje en carro desde Lima, Las nubes son cada
vez más espesas y de a poco atiborran el cielo en el sur de Perú. El paisaje cambia
por completo y ahora apenas si se alcanza a ver el Sol. Solo es visible un mar
de arena de dunas ondulantes.
En
las entrañas del desierto costero del Pacífico, en el departamento de Ica, el
destino es el famoso “Oasis de América”.
Como si
fuera una historia sacada de “Las mil y una noches”, un increíble oasis se
avizora en el horizonte. Es el oasis de Huancachina.
Un
puñado de casas, hoteles y restaurantes rodean este espejo de agua verdosa de
algo menos de una hectárea de superficie.
A
la distancia, como custodiando a este asombroso oasis, buggies… Decenas de
ellos.
Una
vez que las palpitaciones se restablecen y la emoción de ver este
extraordinario fenómeno nos da un respiro, no se tarda en conocer la historia
que se esconde detrás.
Hace
más de un siglo que el lugar es una atracción que reúne a peruanos y
extranjeros de todo el mundo.
El
hotel Mossone, un pintoresco edificio de estilo neocolonial, es parte de la
historia viviente del lugar y prueba de lo que fue la época de oro de este
oasis a principios del siglo XX.
Hace
unos años la laguna comenzó a secarse y un puñado de solidarios soñadores, nos
referimos al grupo Oasis y a la fundación Salvemos Huacachina, se puso manos a
la obra para resolver el problema. “Se logró presentar un proyecto para hacer
bombeos del agua del subsuelo para que el agua no se secara”, comenta María
Elena Cabrera, presidente de la comisión de la laguna de Huacachina. Gracias a
su iniciativa, hoy día la laguna continúa en buen nivel de agua y atrayendo miles
de visitantes.
Por
supuesto, aquí la leyenda también dijo presente. El relato cuenta que una
princesa de estirpe incaica llamada Huincca China había pactado con una deidad que
nunca se enamoraría de un humano. Pero un día un cazador la vio, quedó
perdidamente enamorado y comenzó a seguirla. Al tratar de escapar, la joven
desgarró su vestido y los retazos se convirtieron en una gran sábana de arena,
que representa al desierto. También se le cayó su espejo que, al partirse, se
convirtió en laguna. Fue así como la doncella se transformó en sirena y aún
continúa viviendo en las profundidades de la laguna.
Los
visitantes pueden disfrutarla navegando en pequeñas embarcaciones a remo, pedal
y, aquellos que se animen a más —y no le teman a las sirenas—, pueden hacerlo
hasta nadando.
Pero
el desierto, lejos de ser monótono y sin atractivos, ofrece tanto interés como
el oasis mismo.
“Los
turistas nos visitan no solamente por el oasis si no por los deportes de
aventuras que manejamos aquí”, afirma orgulloso Luis Challcha, conductor de
buggies de la empresa Mytriperu. En temporada alta, hasta 100 de estos
vehículos pueden colmar estas fantásticas dunas que van de los 100 a los 500
metros de altura. Los motores rugen por el lugar pero no logran silenciar los
gritos de los turistas que experimentan una aventura al estilo montaña rusa.
Pero
la experiencia desierto extremo no se queda allí. Cuando los motores se apagan,
la adrenalina se inflama con la práctica de sandbording. Esta disciplina es
furor entre los turistas amantes de la acción y la aventura. La suave arena del
desierto de Huancachina no podría ser mejor para surfear sus dunas. Es posible
hacerlo en tablas artesanales hechas especialmente en madera. La experiencia es
simplemente extraordinaria.
El
día se acaba y cae el sol en Huancachina.
Inspiradores
de decenas de fábulas y cuentos, los oasis ya son, de por sí, mágicos e
inigualables. Pero el de Huancachina, en Ica, Perú, tiene este doble atractivo.
Su encantadora laguna y esta nueva pasión que genera sus dunas.
Huacachina
significa: la mujer que llora por su amor perdido, en lengua quechua. Pero, tal
vez, a quienes se le caerá una lágrima, serán aquellos turistas que tuvieron la
suerte de visitarlo y ya deben partir.
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