Esto es lo que la falta de sueño le hace a tu cuerpo
Todos sabemos que hay pocas situaciones cotidianas tan
estresantes como el ansia de dormir cuando no podemos hacerlo, y que hay
también pocas batallas tan perdidas como la lucha contra el sueño cuando somos
incapaces de mantener los ojos abiertos.
Dormir es una actividad que nos repone física y
mentalmente, a la que los adultos deberíamos dedicar entre siete y nueve horas
diarias; esta duración se eleva a 8-10 horas en los adolescentes, 9-11 horas en
los niños en edad escolar, 10-13 horas en los preescolares (de 3 a 5 años),
11-14 horas para los niños de 1 a 2 años, 12-15 horas para los bebés de 4 a 11
meses, y 14-17 horas para los recién nacidos (de 0 a 3 meses), todo ello según
las recomendaciones recientemente actualizadas por la Fundación Nacional del Sueño de EEUU.
Cuando no cumplimos estas recomendaciones, la falta de
sueño nos deja cansados, con el cuerpo pesado como el plomo y serios déficits
en la atención, la memoria, la concentración y la capacidad de tomar
decisiones. Pero si conocemos bien los efectos de un sueño reparador y los
perjuicios de no conseguirlo, en cambio no tenemos una idea tan clara sobre
cuáles son los mecanismos que están detrás de todo ello. Durante años, los
científicos han perseguido las razones clave por las que dormir es tan
imprescindible. Sabemos que ayuda a ahorrar energía y a consolidar la memoria mediante la formación de nuevas conexiones neuronales encargadas de
retener lo aprendido durante el día. Pero, ¿es esto suficiente para
justificar la enorme inversión en sueño que debemos realizar a lo largo de toda
nuestra vida?
EL CEREBRO TIRA DE LA CADENA
En 2013, un estudio publicado en la revista Science y dirigido por la neuróloga del
Centro Médico de la Universidad de Rochester (EEUU) Maiken Nedergaard reveló
que los canales entre las neuronas de los ratones crecen un 60% durante el
sueño, y que este ahuecamiento se aprovecha para drenar las toxinas que se
acumulan en esos espacios hacia el líquido cefalorraquídeo, el fluido que baña
el cerebro y la médula espinal. En otras palabras, los científicos descubrieron
que durante el sueño el cerebro tira de la cadena, eliminando residuos
indeseables como la proteína beta-amiloide que es característica de la enfermedad
de Alzheimer. El hallazgo fue tan revolucionario que mereció un puesto entre
los diez avances del año para la revista Science.
Lo anterior suscita la inquietante pregunta de si la
falta de sueño puede ser un desencadenante a largo plazo de enfermedades
neurodegenerativas como el Alzheimer. Las pruebas no han establecido un vínculo
tan directo, pero sí sabemos que la falta de sueño provoca pérdida de neuronas,
y que cuando a ratones modificados para padecer Alzheimer se les impide dormir, la enfermedad se desarrolla
antes de lo normal.
Sin embargo, no es necesario ir tan a largo plazo para
encontrar los daños que un sueño deficiente puede provocar al ser humano.
Detrás del malestar que sentimos como consecuencia de una noche en blanco, o de
varias noches en gris, hay todo un cuadro de desarreglos que afectan a muchas
partes de nuestro cuerpo, no solo al cerebro. Aumentan los niveles de hormonas
como la dopamina, la epinefrina (adrenalina) y la interleuquina 6, relacionadas
con la alerta, el estrés y la inflamación, lo que puede causar daño
cardiovascular e infartos. También se dispara el cortisol, otra hormona de
estrés que además envejece nuestro aspecto al romper el colágeno de la piel; el
sistema inmunitario pierde eficacia, y se eleva el riesgo de padecer obesidad y
diabetes de tipo 2: un estudio publicado este mes demuestra que cinco noches
seguidas durmiendo cuatro horas bastan para reducir una cuarta parte la
sensibilidad del cuerpo a la insulina. En los hombres, la falta de
sueño reduce la testosterona y perjudica la calidad del esperma.
Un estudio publicado el pasado enero en la revista PLOS ONE por un equipo del Centro Médico de
la Universidad Libre de Ámsterdam (Holanda) ha sometido a un grupo de 12
voluntarios a técnicas de neuroimagen, tests cognitivos y análisis bioquímicos
después de una noche sin dormir. Los científicos, dirigidos por la psiquiatra
Ursula Klumpers, estudian la respuesta de estrés como el intento del organismo
de seguir despierto bajo la presión de la falta de sueño. "Desde una
perspectiva evolutiva, mantenerse despierto ha servido para estar en guardia
frente a amenazas externas, lo que requiere aumentar la alerta", escriben
los investigadores. Entre sus conclusiones destaca que la privación del sueño
anula los efectos de la práctica y el aprendizaje a la hora de realizar tareas;
podemos imaginar lo que esto significaría si la tarea fuese, por ejemplo,
pilotar un avión. "La privación del sueño en adultos sanos induce amplios
cambios neurofisiológicos y endocrinos, caracterizados por un funcionamiento
cognitivo disminuido", concluyen los autores.
INSOMNIO MORTAL
Ante este caos metabólico, neurológico y cognitivo,
surge la pregunta: ¿podemos morir de falta de sueño? La única respuesta posible
a quien tire de esa frase hecha, "ya dormiré cuando esté muerto", es
que eso podría ocurrir pronto. Los casos de vigilia voluntaria no han llegado a
tal extremo. El Libro Guinness establecía el récord en algo más de 11 días, pero
posteriormente dejó de incluir esta marca debido a los riesgos para la salud
que podía sufrir quien se propusiera batirla. En cambio, sí se conocen casos de
muertes debidas a un raro y horrible mal llamado
Insomnio Familiar Fatal (IFF). Identificada por primera vez en los
años ochenta del siglo pasado, esta enfermedad hereditaria está causada por un
prión, una proteína defectuosa que se rebela contra el organismo. El IFF puede
aparecer en cualquier momento de la vida; a partir de entonces, comienza un
proceso irreversible e incurable que pasa por privación completa del sueño,
alucinaciones, pérdida de peso, incapacidad para caminar o hablar y aislamiento
de la realidad, hasta que la muerte sobreviene entre 7 y 36
meses después de los primeros síntomas.
Sabemos también de los efectos letales de la privación
del sueño por los experimentos con ratas. En 1989, el entonces profesor de la
Universidad de Chicago Allan Rechtschaffen determinó que estos animales no vivían más de dos o tres semanas sin dormir,
aunque la causa exacta de la muerte por insomnio aún es una incógnita. Pero,
¿cuál es el límite en seres humanos sanos? En tres palabras: no se sabe.
"Esto variará con la edad, el género y el estado médico", apunta el
doctor Michael Breus, experto mundial en medicina del sueño que a su práctica
clínica une una intensa labor divulgadora por la cual se le conoce en EEUU como
Doctor Sueño. Breus sí se atreve, en cambio, a
señalar el límite de la falta crónica de sueño que enciende la luz roja del
peligro: "Generalmente, veo efectos dañinos en mis pacientes cuando
duermen solo cinco horas y media o menos".
EN BUSCA DEL SUEÑO PERDIDO
La buena noticia es que los perjuicios pueden ser
reversibles, al menos en parte, si regresamos a una rutina de sueño saludable.
Se ha demostrado que la sana costumbre de la siesta puede compensar los efectos
metabólicos de un sueño nocturno insuficiente. Un estudio publicado este mes por investigadores de la Universidad
Descartes-Sorbonne de París revela que dos siestas de 30 minutos, una por la
mañana y otra por la tarde, bastan para suprimir los trastornos hormonales e
inmunitarios que produce una noche con solo dos horas de sueño. Según el primer
autor del trabajo, Brice Faraut, "este es el primer estudio que demuestra
que la siesta puede restaurar los biomarcadores de salud neuroendocrina e
inmunitaria a niveles normales", lo que en su opinión "puede
contrarrestar los efectos dañinos de la restricción del sueño".
Breus
advierte de que "nadie está seguro al cien por cien" de que los
efectos sean totalmente reversibles. "Sabemos que podemos ponernos al día
en la privación reciente del sueño, así que si estás en pie durante 36 horas,
luego puedes dormir más y sentirte normal; pero si tu privación es de años,
nunca llegarás a restaurarte por completo". En este último caso, prosigue
Breus, el cuerpo nos permitirá dormir lo que necesitamos, pero tal vez solo
lleguemos a recobrar un 90% de la salud perdida. "El sueño es reparador, y
cuando impedimos a nuestro cuerpo que se repare, nunca llega a recuperarse. Ahí
es donde comienza todo lo malo", concluye Breus.
Por su parte, el doctor Breus advierte de que
"nadie está seguro al cien por cien" de que los efectos sean
totalmente reversibles. "Sabemos que podemos ponernos al día en la
privación reciente del sueño, así que si estás en pie durante 36 horas, luego
puedes dormir más y sentirte normal; pero si tu privación es de años, nunca
llegarás a restaurarte por completo". En este último caso, prosigue Breus,
el cuerpo nos permitirá dormir lo que necesitamos, pero tal vez solo lleguemos
a recobrar un 90% de la salud perdida. "El sueño es reparador, y cuando
impedimos a nuestro cuerpo que se repare, nunca llega a recuperarse. Ahí es
donde comienza todo lo malo", concluye Breus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario