El desarrollo sostenible no puede ignorar los saberes ancestrales
Debemos
reconocer la resiliencia de las negritudes en Latinoamérica que han perseverado
en salvaguardar tradiciones ancestrales para el cuidado de la naturaleza
Por: CAROLINA
RODRÍGUEZ MAYO
La
sostenibilidad es una discusión que hay que comenzar a abordar de manera más
aguda. Hay que entender cuáles son las razones por la que países enteros siguen negando fenómenos como el calentamiento global y
ver de dónde vienen los esfuerzos colectivos por preservar el bienestar del
Planeta. Cuando hablamos de desarrollo sostenible, a veces dejamos de lado una
conversación esencial que tiene consecuencias relevantes y continuas en
nuestras sociedades: la sobreexplotación y el extractivismo de los recursos
naturales son dinámicas heredadas del colonialismo y perfeccionadas por el
capitalismo tardío. En contraste a estos modelos de consumo exacerbado, las
comunidades negras e indígenas han mantenido vivas técnicas milenarias de cuidado
ambiental. Las discusiones ecológicas sobre los derechos de la
naturaleza pueden estar muy mediadas por un cientificismo occidental que olvida
hacer un recuento sobre cómo las comunidades afro y de pueblos originarios han
buscado desde siempre mantener un equilibrio con la naturaleza. El Sur Global,
donde viven muchas de estas comunidades, sigue dando la pelea por mantener
dicho equilibrio, ahora más que nunca.
En
el Pacífico colombiano se puede ver este deseo de preservación, está búsqueda
por el mutualismo que hace parte de los saberes ancestrales de las comunidades
afrodiaspóricas. Colombia es el país con el mayor número de colibríes del mundo (estas aves son
polinizadoras), uno de los países con territorio amazónico (pulmón de la
Tierra) y el hogar de ballenas jorobadas de mayo a diciembre donde vienen a
cumplir su ciclo de apareamiento, gracias a la temperatura de las aguas del
Pacífico. Las ballenas jorobadas mantienen los
ecosistemas marinos, puesto que los fertilizan. Estos son apenas algunos casos
de los miles que existen en este territorio tan diverso biológicamente con un
impacto global en la preservación del medio ambiente. Por esto es tan
significativo ver lo que esta región puede enseñarle al mundo sobre cuidado de
los territorios y, a su vez, sobre el cuidado de las personas que en éstos
viven.
Muntú
Bantú, el centro de memoria afrodiaspórica de Colombia, hace un
llamado a tener más conversaciones que relacionen la historia de los pueblos
negros con la escucha activa del entorno, entendiendo de tal manera la
importancia de mantener la armonía con la naturaleza para así atender las
urgencias ambientales que ahora mismo nos interpelan. Debemos reconocer la
resiliencia de las negritudes en Latinoamérica que han perseverado en
salvaguardar tradiciones ancestrales para el cuidado de la naturaleza.
Por
esto, saberes como los tecnoambientales son también un registro en sí mismos de
las luchas de las comunidades afrodiaspóricas. Volvamos al momento donde se dio
la trata transatlántica de personas esclavizadas: las personas esclavizadas
fueron forzadas a viajar largas distancias para llegar al continente americano;
esos viajes no estuvieron desprovistos de conocimiento, pues los africanos se
caracterizaron por poseer entre sí muchas formas de experticia como saberes
sobre plantas, tanto medicinales como alimentarias. Según el director académico
y maestro de Historia Sergio Antonio Mosquera, existen lugares en el Chocó
llamados azoteas, donde se cultivan diferentes tipos de plantas, que en sus
propias palabras son “como farmacias vivientes”.
Durante
la crisis global que suscitó la covid-19, muchas comunidades negras
empobrecidas tuvieron que recurrir a sus propios recursos para atender a las
personas contagiadas. La crisis que trajo consigo la pandemia no fue solo
sanitaria, fue también una ventana para ver la deficiencia en los sistemas de
salud del Sur Global tan atravesados por la corrupción y la negligencia
estatal. Las comunidades afrocolombianas no fueron ajenas a este olvido.
Gracias a saberes heredados de recursos afrodiaspóricos como el de las
farmacias vivientes, muchas personas lograron sobrellevar los síntomas de la
covid-19, incluso vencerlo. Es innegable que el centralismo gubernamental es un
problema real para las personas que viven en la llamada periferia. Durante el
pico de la pandemia fue evidente también la falta de alimentos y otros
recursos.
Los
saberes tecnoambientales en el Chocó desarrollados en las azoteas apuntan a la
soberanía alimentaria, pero la soberanía alimentaria en el Pacífico colombiano
no solo hace referencia a técnicas agrarias amigables con la tierra. Para
llevar a cabo estas tradiciones, es necesario escuchar al territorio en su
totalidad. Sergio Antonio Mosquera y María Fernanda Parra, gerente general de
Muntú Bantú, mantienen un espacio en el centro afrodiaspórico exclusivamente
para hablar sobre el impacto que tiene la naturaleza en las vidas humanas y
viceversa. Para ellos, es de vital importancia respetar los ciclos de cultivo
en su región, pues son los que determinan qué actividades económicas realizan
las personas y no al revés.
“Hay
unas ciertas épocas del año en que viene la cosecha del pescado. En las
subiendas (como se llama en Colombia a las épocas donde los peces remonta el
río), la gente baja de donde están sus cultivos y hace ranchos a la orilla de
los ríos donde se dedican a pescar. Mientras tanto, la siembra de maíz, de
plátano, y de cacao va creciendo; cuando pasa la subienda, entonces ya la gente
se dedica a las actividades agrícolas, pero si las actividades agrícolas
todavía no están en su mejor momento, también se dedican a las actividades
mineras. Esas tecnologías tradicionales son compatibles con el medio ambiente,
porque no lo deterioran y generan una sustentabilidad”.
Las
actividades económicas cambian con lo que ofrece el territorio. Así, María
Fernanda Parra cuenta que en las plazas de mercado de Quibdó se pueden
encontrar mujeres en la época de subienda que se dedican a vender pescado, pues
es lo que más da en el momento; sin embargo, en otras ocasiones pueden estar
vendiendo chontaduro o plátano. Teniendo en cuenta que la sobreproducción es
uno de los peligros inminentes que debemos combatir para evitar el incremento
de la crisis ecológica, este tipo de dinámicas tradicionales son pruebas
infalibles de que el daño al medio ambiente no requiere de conversaciones
únicamente guiadas por las ciencias naturales; tenemos que ver que también hay
un elemento social detrás de la manera en que la economía mundial se sigue
moviendo. El factor humano es fundamental a la hora de detener el calentamiento
global, así como entender la historia detrás del conocimiento ancestral, que en
ocasiones es menospreciado por la Ciencia con mayúscula. En realidad, como
vemos gracias a esfuerzos como el que se hace en Muntú Bantú, estos saberes son
la clave para salvar el Planeta y mantener a las personas con bienestar de
forma simultánea.
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