“Quiero
que todo el mundo sepa que existimos”
Para muchas personas, viajar a Grecia
es sinónimo de sol y ocio. De hecho, hoy el cielo está despejado y el mar tiene
un tentador color azul. Pero para otros, ese mismo mar es oscuro y peligroso.
Llegamos a Lesbos, una isla griega situada justo al lado de Turquía, y lo
primero que vemos viniendo del aeropuerto son mochilas y ropa desperdigadas en
una playa cercana.“ Esta mañana han llegado unos inmigrantes”, nos dice con indiferencia el taxista.
El pasado diciembre, murieron ahogadas
en las proximidades de la costa de Lesbos 27 personas -la mayoría afganas- que
intentaban alcanzar territorio griego cuando volcó la embarcación en la que
viajaban. El único superviviente fue un niño afgano de 16 años. Se agolpan en
nuestra mente los recuerdos de las visitas que hicimos los días anteriores a
uno de los muchos centros de detención de Atenas y a las casas en las que viven
las personas que han llegado a Grecia huyendo del conflicto en Siria. Bahrir,
Ralya y Alia pisaron suelo griego en circunstancias similares, pero una noche
diferente.
El primer día de nuestra visita a
Atenas conocimos a la pequeña Ralya, de 10 años. Caminaba descalza por el frío
suelo de una casa en ruinas en la que nadie querría vivir. Su familia paga 165
euros de alquiler todos los meses. Huyeron de Siria a raíz del conflicto. Ella
vive aquí, con su padre y hermanos, pero su madre está en Alemania.
“La embarcación de plástico en la
que íbamos por el río Evros se hundió y nos separamos de mi esposa”, nos
dijo el padre.
Brahim, uno de sus hijos, de 15 años,
nos contó que le encanta jugar al fútbol y que marca muchos goles con su
equipo. Un día, Brahim llegó sangrando a casa. Un grupo de jóvenes vestidos de
negro le había agredido. Brahim recuerda que uno de ellos iba gritando: “ ¡Pegadle, pegadle!”.
Durante los últimos años, las personas
solicitantes de asilo y los inmigrantes en situación administrativa irregular
de Grecia se enfrentan a una nueva amenaza: el aumento dramático del número de ataques racistas
por parte de grupos de extrema derecha.
Al día siguiente, estuvimos en una fría
celda del centro de detención Petrou Ralli de Atenas. Conocimos a Alia, una
mujer de un país africano. Hablaba en voz alta, sin importarle si los guardias
la oían o no.“ Quiero que todo el mundo sepa que existimos”, dijo. Alia ha solicitado asilo y le han dicho
que va a permanecer detenida durante 12 meses.“ Me estoy volviendo loca. No he hecho nada malo, y
aun así me castigan”, continúa.
Alia nos contó que le gusta escribir.
Los guardias le han dado papel, pero no bolígrafo. Nos ha dicho que de vez en
cuando les dejan salir al aire libre, pero no todos los días. Alia nos explicó
que un día las mujeres se pusieron a cantar y bailar de forma espontánea
durante el rato que salieron al exterior, lo que hizo que los guardias
comenzaran a gritar y a ordenarles que pararan de inmediato.“ Pido ayuda a todo aquel que tenga humanidad.”
Un frenazo repentino del taxi al llegar
a nuestro destino hace que, de nuevo en Lesbos, nuestros pensamientos vuelvan a
centrarse en el asunto que tenemos entre manos. Estábamos allí para hablar con
la gente de la isla y, a pesar de la desalentadora situación, nos animó lo que
nos contaron.
La llegada de refugiados e inmigrantes a las costas
forma parte de la vida diaria de la isla. Desde el verano pasado, muchas de las
personas solicitantes de asilo e inmigrantes en situación administrativa
irregular que han llegado a Lesbos han permanecido en condiciones precarias en
las comisarías de policía de la isla. A los que no detenían, no les daban
alojamiento. Pero la gente de la isla intervino para ofrecer su ayuda. Una de
las iniciativas fue crear un sistema para ayudar a los recién llegados, llamado
el “Pueblo Unido”.
“ A
lo largo del año pasado hemos visto llegar a más y más gente –nos
aseguraraon algunos habitantes de Lesbos–. Necesitaban
ayuda de verdad. Muchos de nosotros nos volcamos con ellos y les ayudamos.
Básicamente hicimos por ellos lo que haríamos por cualquier persona que lo
necesitara.”
Este es solo uno de los muchos ejemplos
de solidaridad que hemos escuchado en los últimos días. De muchos de estos
actos no se suele informar, lo que no quiere decir que pasen inadvertidos para
los que más lo necesitan. Este tipo de acciones llevadas a cabo por personas de
a pie, en Grecia y otros lugares, deben recordar
a los gobiernos europeos su deber de proteger y respetar los derechos de
inmigrantes y refugiados.
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