En una ciudad con poca agua, la
Coca-Cola y la diabetes se multiplican
Por Óscar
López, Andrew Jacobs
SAN CRISTÓBAL DE LAS
CASAS, México – María del Carmen Abadía vive en una de las regiones más
lluviosas de México, pero solo tiene agua corriente cada dos días. Cuando sale
un pequeño chorro de su grifo, está tan clorada, dice, que no puede beberse.
El agua potable es
cada vez más escasa en San Cristóbal de las Casas, una pintoresca ciudad
montañosa en el estado de Chiapas, en el sureste de México, donde algunos
vecindarios tienen agua corriente solo unas cuantas veces a la semana y muchos
hogares tienen que comprar pipas de agua extra.
En consecuencia,
muchos habitantes se hidratan con Coca-Cola, que produce una planta
embotelladora local y puede ser más fácil de conseguir que el agua embotellada,
además de costar casi lo mismo.
En un país que se
encuentra entre los mayores consumidores de bebidas azucaradas en el mundo,
Chiapas es uno de los estados campeones: los habitantes de San Cristóbal y las
frondosas tierras altas que rodean la ciudad beben en promedio dos litros de
refresco al día.
El efecto en la salud
pública ha sido devastador: la tasa de mortalidad por diabetes en Chiapas
aumentó en un 30 por ciento entre 2013 y 2016, y ahora esta enfermedad es la
segunda causa de muerte en el estado, tras las enfermedades cardiacas, pues
cobra tres mil vidas al año.
«Los refrescos siempre
han estado más disponibles que el agua», dijo Abadía, de 35 años, una guardia
de seguridad que, al igual que sus padres, lucha contra la obesidad y la
diabetes.
Vicente Vaqueiros, de
33 años, un doctor de la clínica en San Juan Chamula, un pueblo agrícola
cercano, dijo que los trabajadores de la atención a la salud están batallando
para lidiar con el rápido aumento de la diabetes.
«Cuando era niño y
venía aquí, Chamula estaba aislado y no tenía acceso a la comida procesada»,
contó. «Ahora, ves a los niños tomando Coca-Cola en lugar de agua. Actualmente,
la diabetes está afectando a los adultos, pero próximamente seguirán los niños.
Nos rebasará».
Asolados por la crisis
doble de la epidemia de diabetes y la escasez crónica de agua, los habitantes
de San Cristóbal han identificado al que consideran el único culpable: la
descomunal fábrica de Coca-Cola en uno de los confines de la ciudad.
La planta tiene
permisos para extraer 419 774,3 metros cúbicos de agua al año (
1 150 065,75 litros al día) como parte de un contrato con el gobierno federal
firmado hace varias décadas y que los críticos dicen que es excesivamente
favorable para los dueños de la fábrica.
La indignación ha
crecido. En abril de 2017, manifestantes con los rostros cubiertos marcharon
hacia la fábrica cargando cruces que decían «Coca-Cola nos mata» y exigieron
que el gobierno cierre la planta.
«Cuando ves que las
instituciones no están cumpliendo con algo tan básico como el agua y el
saneamiento, pero tienes una empresa acceso seguro a una de las fuentes de agua
de la mayor calidad que hay, pues claro que te causa un shock», dijo Fermín
Reygadas, el director de Cántaro Azul, una organización que proporciona agua
limpia a comunidades rurales.
Los ejecutivos de
Coca-Cola y algunos expertos externos dicen que se ha calumniado injustamente a
la empresa al culparla de la escasez de agua en la ciudad. Ellos, en cambio,
responsabilizan a la urbanización veloz, una planeación deficiente y la
carencia de inversión gubernamental, que ha dejado que la infraestructura de la
ciudad se desmorone.
El cambio climático,
dicen los científicos, también ha desempeñado un papel en el fracaso de los
pozos artesianos que habían provisto agua para San Cristóbal durante muchas
generaciones.
«Hoy día no llueve
como antes», dijo Jesús Carmona, un bioquímico que trabaja en el centro de
investigación científica local Ecosur, dependiente del gobierno mexicano. «Casi
todos los días, de día y noche, era la lluvia».
La planta es propiedad
de Femsa, un gigante de alimentos y bebidas que posee los derechos para
embotellar y vender Coca-Cola en todo México y gran parte del resto de América
Latina. Femsa es una de las empresas más poderosas en México; uno de los
exdirectores ejecutivos de Coca-Cola en México, Vicente Fox, fue presidente del
país de 2000 a 2006.
El TLCAN ha sido
benéfico para Femsa, que ha recibido cientos de millones de dólares de
inversión extranjera.
Sin embargo, en San
Cristóbal, el TLCAN se ve ampliamente como un intruso no bienvenido. El primer
día del año 1994, fecha en que entró en vigor el tratado comercial, rebeldes del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpieron en San Cristóbal, le
declararon la guerra al Estado mexicano y quemaron edificios gubernamentales.
Aunque al final ambos
bandos firmaron acuerdos de paz, el sentimiento en contra de la globalización aún
bulle en la región, una de las más pobres de México.
«Coca-Cola es abusiva
y manipuladora», dijo Martín López López, un activista local que ha ayudado a
organizar boicots y manifestaciones en contra de la refresquera. «Se llevan
nuestra agua pura, la tiñen y te engañan en televisión diciendo que es la
chispa de la vida. Luego toman el dinero y se van».
Los ejecutivos de
Femsa dicen que la planta tiene muy poco impacto en el suministro de agua a la
ciudad, y señalan que sus pozos son mucho más profundos que los manantiales
superficiales que abastecen a los habitantes. «Cuando escuchamos, y leemos en
los medios, que nos estamos acabando el agua, la verdad es que nos hace mucho
cortocircuito», dijo José Ramón Martínez, un vocero de la empresa.
La compañía es también
una importante fuerza económica en San Cristóbal, pues emplea aproximadamente a
cuatrocientas personas y contribuye con cerca de 200 millones de dólares a la
economía del estado, dijo Martínez.
Por su parte, los
críticos dicen que el acuerdo entre Femsa y el gobierno federal, en el que este
favorece indebidamente a la empresa, no le da nada bueno a la ciudad.
Laura Mebert, una
socióloga de la Universidad Kettering, en Michigan, que ha estudiado el
conflicto, dice que Coca-Cola paga una cantidad desproporcionadamente pequeña
por sus privilegios respecto del agua -cerca de diez centavos de dólar por mil
litros-.
«Coca-Cola paga este
dinero al gobierno federal, y no al local», señaló Mebert, «mientras que la
infraestructura de servicios para los habitantes de San Cristóbal está
literalmente desmoronándose».
Entre los problemas
que enfrenta la ciudad está la falta de tratamiento de aguas residuales, lo que
significa que las aguas negras pasan directamente a las vías fluviales locales.
Carmona, el bioquímico, dijo que los ríos de San Cristóbal están plagados de E.
coli y otros patógenos infecciosos.
El año pasado, en un
esfuerzo aparente por tranquilizar a la comunidad, Femsa inició conversaciones
con los lugareños para construir una planta potabilizadora de agua que
proporcionaría agua potable limpia a quinientas familias de la zona.
Sin embargo, en lugar
de aliviar las tensiones, el plan condujo a más protestas por parte de los
habitantes y obligó a la empresa a detener la construcción de las instalaciones.
«No estamos en contra
de la planta potabilizadora», dijo León Enrique Ávila, profesor de la
Universidad Intercultural de Chiapas, quien encabezó las protestas. «Solo
exigimos que el gobierno cumpla con su obligación de proveer agua potable para
sus ciudadanos. ¿Cómo vamos a permitir que la Coca lave sus pecados después de
años de estar tomando el agua de San Cristobal?».
Desde que llegaron las
botellas de Coca-Cola a este lugar hace medio siglo, la bebida se ha
entrelazado profundamente con la cultura local.
En San Juan Chamula,
un pueblo agrícola en las afueras de la ciudad, el refresco embotellado es el
pilar de las ceremonias religiosas apreciadas por la población tzotzil de la
localidad.
Dentro de la iglesia
del pueblo, los turistas caminan con cuidado a través de alfombras de hojas
frescas de pino mientras el incienso de copal y el humo de cientos de velas
llenan el aire.
Sin embargo, el mayor
atractivo para los visitantes es mirar a los devotos rezar ante botellas de
Coca-Cola o Pepsi, así como ante pollos vivos, que a menudo se sacrifican ahí
mismo.
Muchos tzotziles creen
que las bebidas carbonatadas tienen el poder de curar a los enfermos. Mikaela
Ruiz, de 41 años, una lugareña, recuerda cómo el refresco ayudó a curar a su
bebé, que estaba débil por haber tenido vómito y diarrea. La ceremonia fue
conducida por su madre diabética, una curandera tradicional que ha llevado a
cabo ceremonias con refresco durante más de cuarenta años.
Para muchos en San
Cristóbal, la ubicuidad de la nada costosa Coca-Cola -y la diabetes que acecha
en casi todos los hogares- simplemente agrava su enojo en contra de la
refresquera.
Los defensores de la
salud locales dicen que las agresivas campañas publicitarias de Coca-Cola y
Pepsi que comenzaron en la década de los sesenta ayudaron a insertar las
bebidas carbonatadas y azucaradas en las prácticas religiosas locales, que
mezclan el catolicismo con rituales mayas. Durante décadas, las empresas
produjeron anuncios espectaculares en las lenguas locales, a menudo usando modelos
que vestían la ropa tradicional tzotzil.
Aunque Coca-Cola ya
descontinuó esas campañas, Martínez, el vocero de Femsa, las describió como «un
gesto de respeto hacia las comunidades indígenas».
También rechazó las
críticas sobre que las bebidas de la empresa han tenido un impacto negativo en
la salud pública. Es posible que los mexicanos, dijo, tengan una proclividad
genética a desarrollar diabetes.
Aunque la
investigación científica en efecto sugiere que los mexicanos de ascendencia
indígena presentan tasas más altas de diabetes, los activistas locales dicen
que esto aumenta la responsabilidad de las trasnacionales que venden productos
con un alto contenido de azúcar.
«Los indígenas comían
alimentos muy simples», dijo López, el activista, que pasó años viviendo con
comunidades rurales como misionero. «Y cuando llegó Coca-Cola, su cuerpo no
estaba listo para ella».
Abadía, la guardia de
seguridad, dijo que se culpa a sí misma por tomar tanto refresco. Aun así,
mientras la salud de su madre se deteriora y después de haber visto a su padre
morir por complicaciones de la diabetes, no puede evitar preocuparse por su
propio bienestar.
«Me inquieta terminar
ciega o sin una mano o un pie», dijo. «Tengo mucho miedo».
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