Duterte exige cambiar el nombre a
Filipinas para olvidar la «brutalidad colonial» de Felipe II
El presidente del país se
olvida de que, a pesar de las mentiras extendidas, los verdaderos genocidios en
el país fueron perpetrados por Estados Unidos
En lo que supone el enésimo caso de
exageración histórica el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha
señalado que pretende cambiar al nombre del país que lidera para olvidar la «brutalidad
colonial» que sufrió su país a manos deFelipe II.
Se olvida de dos cosas: que los verdaderos genocidios perpetrados en el país
fueron estadoundisenses y que hubo una matanza de españoles en
la región en 1945.
De toda esta serie de tropelias,
Duterte solo se ha quedado con la mentira extendida a golpe de Leyenda Negra
antiespañola.
De nada ha valido que las órdenes
religiosas protegieran a los nativos (algo que sucedía en el resto de
territorios descubiertos y colonizados). Tampoco que los dominicos fundaran en
Manila la primera universidad de cristiana en Asia en el año 1611.
Por el contrario, las barbaridades de los estadounidenses parecen seguir
ocultas. Y eso, a pesar de que la guerra entre americanos y filipinos de 1898
se cobró la vida de más de un millón de nativos.
Por el momento, Duterte no ha
seleccionado ningún nombre concreto para las islas. Lo único que ha señalado es
que pretende cambiarlo la denominación que recibió el archipiélago en 1543,
cuando fue bautizado en honor al entonces futuro rey de España Felipe II.
«No tengo un nombre particular todavía, pero me gustaría cambiarlo porque se
debe al rey Felipe de España», explicó en la noche del domingo durante un
acto en la provincia sureña de Basilan.
En lo único que tiene razón es en la
fecha en la que los europeos arribaron a Filipinas. El evento se sucedió
durante el viaje de Magallanes y
Elcano en pos de una ruta hacia las Molucas (misión
que, a la postre, se convertiría en la primera circunnavegación del planeta).
En 1521, la famosa expedición llegó al archipiélago, que fue bautizado como
Filipinas. En Mactán, una de las islas, el marino portugués decidió desembarcar
y perdió la vida a manos de los nativos.
A pesar de que Duterte afirma que no ha
elegido un nombre, la realidad es que, hace un par de semanas, sugirió rebautizar
la región como Maharlika, que hace referencia a su pasado prehispánico de
Filipinas. Este era el término malayo que aludía a las primeras civilizaciones
feudales que habitaron la isla de Luzón, la más extensa de Filipinas,
antes de la colonización
de los españoles, que se prolongó más de tres siglos, hasta 1898.
Ha pasado ya mucho tiempo. Hay muchos
otros nombres. En Mindanao o Luzón no queda islam, fuimos
convertidos brutalmente. Mataron (los españoles) a todo aquel que no
quería ser cristiano», señaló el mandatario. El fallecido dictador filipino
Ferdinand Marcos, del que Duterte es admirador declarado, también intentó
durante su extenso mandato modificar la denominación actual del país por
Maharlika.
Según el presidente Duterte, el nombre
de Filipinas, ligado a la herencia hispánica y cristina, discrimina a la comunidad
musulmana filipina, que se concentra principalmente en la isla sureña de Mindanao.
La actual Constitución de 1987 permite cambiar el nombre del país si el
Congreso se pone de acuerdo y luego se ratifica en un referéndum por una
mayoría de la población.
Genocidios estadounidenses
La hemeroteca, como siempre, es un arma
poderosa. En este caso, es necesario que retrocedamos hasta el año 1898 para
entender que las verdaderas barbaridades contra Filipinas llegaron de mano
norteamericana. Tras la caída de España en la región y después de que Estados
Unidos se hiciera con el mando de la colonia, los nativos se alzaron, el 4
de febrero de 1899, en contra de sus nuevos líderes. En la llamada «insurrección
nipona», el presidente William McKinley aplastó las revueltas a golpe
de fusil y bayoneta. Todo ello, mientras afirmaba que la presencia de sus
hombres en la región permitiría a los habitantes beneficiarse de los avances de
la libertad, la benevolencia cristiana y la prosperidad.
La realidad es que la contienda se
llevó por delante a más de un millón de filipinos. Así lo recordó fray Manuel
Arellano Remondo (un famoso religioso y cronista de la época) en su obra «Geografía
General de Las Islas Filipinas». «La población disminuyó por razón de las
guerras, pues al empezar la primera insurrección se calculaba en 9.000.000 y
actualmente (1908) no llegarán a 8.000.000 los habitantes del Archipiélago»,
explicaba en la página 15. Guillermo Gómez Rivera, de la Academia
Filipina, afirma en su dossier « El idioma español en las Filipinas» que, «se refiere
indudablemente a las víctimas de la Guerra entre la primera República de
Filipinas de 1898 y Estados Unidos de Norteamérica».
Este mismo autor también señala que el
genocidio del pueblo filipinio fue corroborado por otros estadounidenses. «La
fuente norteamericana a la que nos referimos es la del historiador James
B. Goodno autor del libro “The Philippines: Land of Broken Promises, Nueva
York, 1998”, cuya página 31 nos suministra esa importante cifra y dato». A su
vez, analiza en su extensa investigación el que la mayoría de los asesinados
hablaban castellano debido a que el idioma se había extendido ampliamente por
la región.
Pero este no fue el único genocidio
perpetrado por los estadounidenses contra el pueblo filipino. En plena Segunda Guerra Mundial,
allá por 1945, los estadounidenses bombardearon de forma incansable el
archipiélago para acabar con los nipones que se escondían en las islas.
El ataque, como bien recuerda el
historiador Jesús Hernández en su libro « Breve historia de la Segunda Guerra Mundial», se produjo entre
febrero y marzo de ese mismo año y fue dantesco. «La Batalla de Manila duró un
mes, muriendo miles de civiles a causa de las bombas norteamericanas, pero
MacArthur permaneció insensible al sufrimiento de sus antiguos administrados,
obsesionado con tomar la ciudad. Tras salvajes combates urbanos, el general dio
por liberada la ciudad el 27 de febrero, pero prefirió no celebrarlo ante la
dantesca visión de los cadáveres que se amontonaban en sus destruidas calles»,
explica.
Matanza de españoles
Dutarte también se olvida de que los
primeros que sufrieron en Filipinas fueron los españoles. Y es que, en 1945,
fueron más de 300 los que fueron asesinados por los nipones en Manila. Durante
la retirada, las tropas japonesas, huyendo del ejército estadounidense, incendiaron
la ciudad y asesinaron a sus ciudadanos en un cruel y desesperado intento
por evitar que los supervivientes contaran su derrota. Se contabilizaron más
de 100.000 muertos, de los cuales, más de 70.000 fueron deliberadamente
ejecutados por los soldados japoneses.
«Cuando perdieron todo se complicó y el
trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos,
como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del
mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por
las buenas y se produjo una matanza indiscriminada», contaba la escritora Carmen
Güell, autora de «La última de Filipinas», el libro en el que relata, en
primera persona, el testimonio de Elena Lizarraga, una de las
supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del salvajismo
nipón.
En pocos días, todo el pasado colonial
español de Manila, presente en sus edificios históricos, fue arrasado y
alrededor de 300 españoles de los 3.000 censados murieron
brutalmente asesinados. «Muchos eran terratenientes que se habían quedado en
Filipinas después de desaparecer como colonia», puntualizaba Güell.
«La piedad, la diplomacia, la
previsión, la hermandad asiática no existieron. Sólo existió el horror de la
guerra y el fuego», contaba Massip en el 64 sobre la sangrienta,
devastadora y absurda retirada nipona del archipiélago, donde murieron más
personas que con las bombas atómicas que caerían, cinco meses después,
sobre Hiroshima y
Nagasaki.
La victoria aliada sobre los japoneses
tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a
ser, desde entonces, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante
la Segunda Guerra Mundial, después de Varsovia. Y dentro de Manila, la
zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la
más castigada de todas.
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