lunes, 23 de enero de 2017



Cuando el futuro presidente se convirtió en un héroe


La noche del 2 de agosto de 1943 zarparon de su base en la pequeña isla de Rendova, en las Salomón, 15 lanchas torpederas, con la misión de atacar al convoy «Tokio Express», que pasaría por el sur de la isla en su camino de aprovisionamiento entre la base naval japonesa de Rabaul y la de Vila, según las comunicaciones interceptadas el día anterior por el servicio de inteligencia de la Marina. El teniente John F. Kennedy era el comandante de una de las lanchas, la PT-109, en la que servían otros doce tripulantes. Su embarcación no disponía de radar, por lo que redujeron la velocidad para que el menor ruido de los motores les permitiera localizar algún buque del «Tokio Express». Hacia las 2,30 h de la madrugada, uno de los vigías de la PT-109 advirtió sobre un buque que salía de las sombras, pero su velocidad impidió esquivarlo. El impacto partió en dos la pequeña lancha. Dos de los tripulantes fallecieron por la explosión que destruyó la mitad de la embarcación, pero los otros once sobrevivieron de manera milagrosa. El buque japonés ni se detuvo, posiblemente intuyendo que no sobrevivirían en aquellas aguas de haberlo hecho a la explosión.
Ante la posibilidad de encontrarse con otro buque japonés, los once tripulantes, comandados por el que sería el futuro presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, abandonaron los restos de la embarcación y se dirigieron a nado hacía la isla de Plum Pudding, a 5 kilómetros de distancia. Kennedy, que había pertenecido al equipo de natación de Harvard, agarró el arnés del marinero Patrick Mahon, que se encontraba herido, y le ayudó a llegar su destino. La isla no disponía de agua potable ni de víveres de ningún tipo, por lo que Kennedy decidió nadar otros 5 kilómetros en busca de alguna embarcación, pero fue en vano.
El 4 de agosto los supervivientes nadaron otros 2 km, hasta Olasana. Desde ahí Kennedy y el marinero George Ross partieron hasta Naru, a menos de un kilómetro, donde encontraron una caja de madera con algunos caramelos y un depósito de agua de lluvia. Esa misma tarde llegaron a la isla dos nativos de las Islas Salomón, que trabajaban para la Armada australiana. Kennedy grabó un mensaje en un coco que llegó hasta las manos del teniente Arthur Reginald Evans, quien envío una canoa para recoger a Kennedy, quien consiguió ser trasladado hasta Rendova, dónde embarcó en una lancha torpedera para recoger a su tripulación. Tras el rescate tuvo que ser hospitalizado para tratar su lesión de espalda, agravada enormemente durante estos días de tremendo esfuerzo, y que acarrearía a lo largo de toda su vida.
Kennedy fue condecorado con la Medalla de la Armada y del Cuerpo de Marines, lo que le convirtió oficialmente en «héroe de guerra», lo que le ayudaría en su carrera política, a pesar de que él siempre declaró que la hazaña «fue involuntaria, ellos hundieron mi lancha». El coco sobre el que escribió su mensaje lo conservó siempre Kennedy, y le acompaño en su escritorio de la Casa Blanca. En la actualidad se exhibe en una urna de cristal de la Biblioteca John F. Kennedy

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