jueves, 13 de noviembre de 2014


JINETERAS DE LA PATRIA: Oleadas de venezolanas llegan a Cúcuta a ejercer la prostitución

En la penumbra rojiza del local, Daysi le enseña su cédula a un posible cliente para certificarle que es venezolana. Tiene 27 años y desde hace seis meses trabaja como prostituta en uno de los bares ubicados cerca del Terminal de Transportes de Cúcuta.
Viene por temporadas. Hace seis días tomó un avión de Caracas a San Cristóbal, en el Táchira, y luego un transporte colectivo que la llevó hasta San Antonio, en la línea fronteriza.
Daysi es trigueña, alta y acuerpada. Usa tacones, shorts amarillos y blusa negra, escotada. Habla muy bien, con un lenguaje amplio y fluido. Dice que es administradora de recursos humanos, con dos especializaciones y varios años de experiencia en entidades del gobierno de su país. Pero hace dos años la despidieron y le tocó empezar a negociar con calzado.
“Me iba hasta Bucaramanga a comprar zapatos y los vendía en Caracas; al principio me iba bien, pero con la devaluación la gente dejó de comprar. Andaba muy desesperada y una amiga a la que conocí en el negocio de los zapatos me convenció de venir a trabajar en esto”, dice la mujer, que en menos de media hora ya se tomado tres Costeñitas. En este lugar, la Costeñita cuesta tres mil pesos, de los cuales ella recibe mil. Aclara, sin embargo, que su favorita es la Polar Azul Light. “Me tomo una caja yo sola”, dice.
A esta hora, las 2:15 de la tarde, hay nueve clientes y una veintena de chicas en el local. Algunas de ellas son ‘venecas’, como les dicen aquí. Las venezolanas vienen, sobre todo, los fines de semana. “Llegan el jueves o viernes y se van el domingo. Vienen de todas partes: de Caracas, de Maracaibo, de Barquisimeto, de San Cristóbal”, afirma uno de los meseros.
“La mayor parte de las mujeres que conozco son profesionales. Hay contadoras, administradoras; la otra vez vino una profesora de un colegio de Caracas. Me contó que aquí se ganaba, en dos fines de semana, lo mismo que le pagan allá en todo el mes”.
Los taxistas y los empleados de otros bares dicen que la ciudad se está llenando de venezolanas. Y aunque el secretario de gobierno de Cúcuta, Óscar Gerardino, afirma no tener cifras del fenómeno, la administración municipal comenzó a hacer batidas en las calles y en algunos bares y hoteles baratos. “Son medidas preventivas –dice el funcionario–, para mantener el orden durante la temporada de diciembre”.
El mesero de uno de los bares del centro afirma que las mujeres venezolanas comenzaron a llegar a los prostíbulos de Cúcuta a principios de este año, por la época en la que el bolívar tuvo otro bajón importante frente al peso. “Hace unos quince años era al contrario. Las colombianas pasaban por Cúcuta y se iban directo a los prostíbulos de San Cristóbal; ese era su sueño dorado, a nosotros ni nos miraban”, dice.
A juzgar por los testimonios recogidos, lo que ocurre con la prostitución en Cúcuta es reflejo de las políticas económicas en el vecino país: a mayor desabastecimiento y devaluación del bolívar, más venezolanas son empujadas hacia los bares cucuteños.
La caída de la moneda venezolana la resume el portero de uno de los bares: “Hace unos quince años usted cambiaba un millón de bolívares y le daban 17 millones de pesos y hoy, por ese mismo millón de bolívares, le dan como veinte mil pesos”. La cifra suena alucinante, pero es real.
También suena fantástico lo que cuenta Miguel Palacios, un profesor que se ha dedicado a estudiar los temas de frontera: “En San Antonio uno puede tanquear el carro, full, con 500 pesos y, con lo que cuesta una gaseosa y un pastel de garbanzo en un buen restaurante de Cúcuta, podría desayunar toda una familia en Venezuela.
Wendy, otra de las venezolanas que trabaja en un bar cercano al terminal de buses, resume así su situación: “En Venezuela me podría ganar 6000 bolívares mensuales en una oficina, pero para qué me sirven y si allá un par de zapatos cuesta 2500”.
Wendy anda por los 30 años. Es rubia, delgada y muy extrovertida. Vive en San Cristóbal, a hora y media en carro, y como solo trabaja los viernes y los sábados prefiere viajar en la mañana y regresar a su casa a las siete de la noche, antes de que cierren la frontera. También dice tener estudios universitarios: “Soy TSU (técnico superior universitario) en Publicidad y Mercadeo”.

El portero del prostíbulo y Wendy manejan unidades monetarias diferentes. El primero hace las cuentas en bolívares (que existieron hasta el 2012) y Wendy las hace en bolívares fuertes, la moneda creada en el 2008 por el entonces presidente Hugo Chávez, quien le quitó tres ceros a los precios de todos los productos y a los billetes, con lo cual, un millón de bolívares se convirtió en mil bolívares fuertes, pero su poder adquisitivo siguió a la baja.

Entre más ratos, más bolívares

Algunas de las prostitutas venezolanas llegan a Colombia a través de intermediarios, que las ubican en los prostíbulos más cotizados y les dan alojamiento y comida por unos 50 mil pesos diarios.
Otras, como Daysi, viajan por su cuenta y se alojan en hoteles baratos. Eso les da mayor libertad para moverse por diferentes negocios. “Ellas -dice el portero de otro bar- prefieren trabajar donde las dejen entrar y salir, dependiendo de cómo esté la clientela, porque les interesa hacer muchos ratos”.
Un rato, en la jerga de las prostitutas, es una unidad de medida. Entre más ratos haga una de ellas, más plata gana. Y ‘hacer un rato’ significa ir a la pieza con un cliente durante unos veinte minutos.
Wendy, por ejemplo, dice que de 10 de la mañana a 6 de la tarde se hace unos seis ratos. Eso significa que en el día se gana unos 240 mil pesos (a 40 mil pesos el rato, en promedio). La tarifa del rato “depende de la cara del cliente” y de lo “cotizada que sea la hembrita”, explica un mesero.
Una de las prostitutas venezolanas más cotizadas en Cúcuta se hace llamar Liliana. Trabaja por temporadas en ‘La oficina paisa’, un local ubicado a cuatro cuadras de la alcaldía municipal. A Liliana, el mesero la describe como “blanca, pelirroja y alta”. Y, como para despejar cualquier duda agrega: “¡Y buena!”
“Liliana es de 10 ó 15 ratos en una noche, cuando hay buena clientela, las demás se hacen la mitad”, dice. El hombre oprime la aplicación de calculadora en su celular y hace el cambio de pesos a bolívares fuertes con la destreza típica de los habitantes de frontera para estas operaciones.
“Vea, si ella se hace diez ratos… póngale a 70 mil, porque a eso se los pagan, son 700 mil pesos. Eso son unos 35 millones de bolívares (el equivalente a unos siete salarios mínimos de Venezuela), entonces ¿dígame si no es negocio?”, dice el hombre.

Según él, las venezolanas que están dedicadas por completo a la prostitución llegan a Colombia con la meta de llevarse, por ejemplo, 100 mil bolívares fuertes, que equivalen a dos millones de pesos. Apenas logran su meta, regresan a su país y vuelven cuando se les acaba la plata.

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