Al poco del accidentado desembarco del Granma, en diciembre de 1956,
Castro envió a La Habana a uno de sus barbudos, Faustino Pérez, a fin de
difundir el movimiento y crear agitación en La Habana. Su primer éxito fue
enviar a Sierra Maestra a un periodista del New York Times, Hebert Matthews.
También consiguió en los primeros meses enviar allí un equipo de televisión de
la CBS.
Pero lo que de verdad hizo célebre la guerrilla de Castro fue el secuestro de Juan Manuel Fangio, entonces de lejos el deportista más célebre del mundo. La NBA no era seguida fuera de Estados Unidos, Pelé aún no había estallado, Joe Louis llevaba años retirado… Fangio había ganado los Mundiales de Fórmula 1 de 1951, 54, 55, 56 y 57, con cuatro marcas distintas: Alfa Romeo, Mercedes, Ferrari y Maserati. Había sido segundo en 1950 y 1953. En 1952 no había podido participar por un gravísimo accidente en la primera de las carreras.
Pero lo que de verdad hizo célebre la guerrilla de Castro fue el secuestro de Juan Manuel Fangio, entonces de lejos el deportista más célebre del mundo. La NBA no era seguida fuera de Estados Unidos, Pelé aún no había estallado, Joe Louis llevaba años retirado… Fangio había ganado los Mundiales de Fórmula 1 de 1951, 54, 55, 56 y 57, con cuatro marcas distintas: Alfa Romeo, Mercedes, Ferrari y Maserati. Había sido segundo en 1950 y 1953. En 1952 no había podido participar por un gravísimo accidente en la primera de las carreras.
La dictadura de Batista introdujo el Gran Premio de Cuba en 1957 para
darle más brillo al Día de la Fiesta Nacional, el 24 de febrero. Ya en esa
edición Faustino Pérez proyectó el secuestro, pero el mismo día hubo una caída
de militantes, lo que le hizo aplazar la operación. La idea quedó viva para la
edición siguiente: se trataba de secuestrar al piloto, tenerlo retenido hasta
el final del premio y luego soltarlo. Eso haría su causa internacionalmente
conocida. Y darles un golpe así a las autoridades les añadiría calor popular y
prestigio.
Faustino Pérez encargó el operativo a Óscar Lucero, capitán de milicias,
que cuenta con varios hombres para llevarlo a cabo. Colaborará con ellos Elio
Constantin, periodista deportivo de la revista Carteles, que en la anterior
edición ha hecho amistad con Marcelo Giamberto, apoderado del piloto. A
Constantin le resulta fácil saber dónde va a estar Fangio en cada momento. Éste
llega a La Habana el viernes 21 (la carrera es el lunes 24) y se hospeda en la
habitación 810 del hotel Lincoln, en el centro de la ciudad. En la puerta de la
habitación hay una guardia armada del SIM (la policía especial del régimen),
así que ni pensar en capturarlo en la habitación. Por la noche tiene una
entrevista en la televisión CQM, pero la compañía es mucha. Regresa al hotel a
cenar y no sale más. Imposible. Se ha perdido el viernes.
El sábado se dispone un seguimiento: un coche tras él donde vaya. Otros dos vehículos esperan junto a un teléfono. Cuando cambia de lugar, el primer coche dice a uno de los otros el nuevo destino y éste le reemplaza. Así, con el seguimiento rotatorio, no se llama la atención. El sábado descansa toda la mañana. Luego, acude a un cóctel al Hotel Nacional. Parece un lugar propicio, pero una bronca entre un fotógrafo y un policía crea un alboroto. Regresa al Lincoln. Después de cenar, ya de noche, recorre caminando el circuito, pero de nuevo acompañado de seguridad, amigos y curiosos. Imposible actuar. Regresa al hotel. Otro día perdido. El domingo por la mañana, mientras Fangio hace las sesiones de entrenamiento (ganará la pole), Faustino Pérez se ve con Óscar Lucero, al que acusa de irresoluto. “¡Hay que hacerlo! ¡Si es preciso tomamos el Lincoln con los hombres que haga falta!”.
El sábado se dispone un seguimiento: un coche tras él donde vaya. Otros dos vehículos esperan junto a un teléfono. Cuando cambia de lugar, el primer coche dice a uno de los otros el nuevo destino y éste le reemplaza. Así, con el seguimiento rotatorio, no se llama la atención. El sábado descansa toda la mañana. Luego, acude a un cóctel al Hotel Nacional. Parece un lugar propicio, pero una bronca entre un fotógrafo y un policía crea un alboroto. Regresa al Lincoln. Después de cenar, ya de noche, recorre caminando el circuito, pero de nuevo acompañado de seguridad, amigos y curiosos. Imposible actuar. Regresa al hotel. Otro día perdido. El domingo por la mañana, mientras Fangio hace las sesiones de entrenamiento (ganará la pole), Faustino Pérez se ve con Óscar Lucero, al que acusa de irresoluto. “¡Hay que hacerlo! ¡Si es preciso tomamos el Lincoln con los hombres que haga falta!”.
La ocasión se presenta cuando saben por Constantin que, ya al atardecer,
Fangio va a bajar al hall del hotel a tomar un refresco junto a otros pilotos.
Le esperan a la puerta del ascensor. Cuando ésta se abre, aparecen Fangio y
Giamberto. Se adelanta un comando, Manuel Uziel, que primero quiere asegurarse:
—¿Quién de ustedes es Fangio?
—Yo.
—Acompáñeme. Está usted secuestrado por el Movimiento 26 de julio.
—Yo.
—Acompáñeme. Está usted secuestrado por el Movimiento 26 de julio.
Fangio sonríe, pensando que es la broma de un admirador, pero Uziel saca
una pistola del bolsillo y se la clava en las costillas.
—Es en serio. No haga nada y no le pasará nada.
Al tiempo amenaza a los acompañantes.
Al tiempo amenaza a los acompañantes.
Suben a Fangio a un Plymouth verde. La obsesión de los secuestradores es
tranquilizarle y convencerle de sus buenas intenciones, porque les preocupaba
mucho la imagen que diera de ellos al soltarle. Así que Uziel le lleva primero
a su propia casa, a presentarle a su mujer y a su bebé. Luego, con otro coche,
a un piso franco en el que convalece un militante, Ramoncín, con graves
quemaduras cuando intentaba fabricar un lanzallamas casero. Finalmente, a un
chaletito de dos plantas en El Nuevo Vedado, propiedad de la viuda de un
revolucionario, que vivía con sus dos hijas, de 17 y 21 años. Llegaron a las
diez de la noche. El chalet contiguo es de una bailarina del Tropicana, amante
de un pez gordo del régimen, siempre muy custodiado. Los secuestradores
pensaron que nadie iba a suponer que lo escondieran en tal vecindad.
Le dieron la mejor habitación. Cenó filete con patatas. La mañana
siguiente le llevaron el desayuno a la cama. Comió arroz con pollo con los
secuestradores. Mientras, la ciudad era un pandemónium de registros y falsas
noticias. Aunque había televisión, Fangio no quiso ver la carrera, ni
escucharla por radio. Prefirió escuchar música.
La carrera fue un fracaso y tuvo un desarrollo trágico. Los
organizadores retrasaron la salida, en la esperanza de que Fangio fuera
rescatado. Empezó media hora tarde. En la sexta vuelta, el piloto local García
Cifuentes pierde el control y su coche arrolla al público, con resultado de
seis muertos y 40 heridos. Se da por terminada, con victoria para Stirling
Moss, que en ese momento estaba en primera posición. Le avisan a Fangio, que
entonces sí oye la radio y se muestra muy afectado.
Todo había acabado… O no. Ahora llega lo más difícil: devolver a Fangio. ¿Cómo, dónde? No estaba previsto. Un informador de los revolucionarios en el gobierno les avisa de que la intención de este es matarlo cuando aparezca, para cargarles el crimen. Se piensa en el mediador de la entrega: en un cura, en el director de la revista Bohemia… Ninguna alternativa parece buena. Mientras, se suceden los llamamientos de Giamberto y de la esposa de Fangio por la radio pidiendo su devolución. Hay nervios.
El propio Fangio sugiere que le entreguen a su embajador. Pero las proximidades de la embajada están custodiadas. El periodista mexicano Manuel Camín, amigo de los revolucionarios (y que gozará de la gran exclusiva de la entrevista al piloto), monta la entrega no en la embajada, sino en el apartamento del agregado militar de la misma, Mario Zaballe, que está de viaje, así que su apartamento no está vigilado. Allí acudirá el propio embajador, Raúl Aurelio Lynch, por una rara coincidencia primo del padre del Ché Guevara (Ernesto Guevara Lynch). Lynch sale de su embajada escondido en la trasera de un coche, para no ser seguido. Arnol Rodríguez, que luego contará la peripecia en su libro Operación Fangio (que inspiraría una película del mismo título, no fiel en todos los detalles, en la que Darío Grandinetti incorpora a Fangio), es el encargado de la entrega. A Fangio le intentan poner un sombrero. Todos le quedan pequeños. Sólo le colocan unas gafas para disimular su aspecto y le suben a un Cadillac con Arnol y dos chicas. Antes de medianoche está en el apartamento del agregado militar, donde le recibe su embajador. Arnol le despide con estas palabras: “Fangio, usted será nuestro invitado de honor cuando triunfe la Revolución”.
Todo había acabado… O no. Ahora llega lo más difícil: devolver a Fangio. ¿Cómo, dónde? No estaba previsto. Un informador de los revolucionarios en el gobierno les avisa de que la intención de este es matarlo cuando aparezca, para cargarles el crimen. Se piensa en el mediador de la entrega: en un cura, en el director de la revista Bohemia… Ninguna alternativa parece buena. Mientras, se suceden los llamamientos de Giamberto y de la esposa de Fangio por la radio pidiendo su devolución. Hay nervios.
El propio Fangio sugiere que le entreguen a su embajador. Pero las proximidades de la embajada están custodiadas. El periodista mexicano Manuel Camín, amigo de los revolucionarios (y que gozará de la gran exclusiva de la entrevista al piloto), monta la entrega no en la embajada, sino en el apartamento del agregado militar de la misma, Mario Zaballe, que está de viaje, así que su apartamento no está vigilado. Allí acudirá el propio embajador, Raúl Aurelio Lynch, por una rara coincidencia primo del padre del Ché Guevara (Ernesto Guevara Lynch). Lynch sale de su embajada escondido en la trasera de un coche, para no ser seguido. Arnol Rodríguez, que luego contará la peripecia en su libro Operación Fangio (que inspiraría una película del mismo título, no fiel en todos los detalles, en la que Darío Grandinetti incorpora a Fangio), es el encargado de la entrega. A Fangio le intentan poner un sombrero. Todos le quedan pequeños. Sólo le colocan unas gafas para disimular su aspecto y le suben a un Cadillac con Arnol y dos chicas. Antes de medianoche está en el apartamento del agregado militar, donde le recibe su embajador. Arnol le despide con estas palabras: “Fangio, usted será nuestro invitado de honor cuando triunfe la Revolución”.
El golpe estaba dado. La revolución se aceleró. Fidel Castro ganó
adeptos y su guerrilla saltó de Sierra Maestra para extenderse al resto de
Cuba. Al amanecer del 1 de enero de 1959, Batista abandonaría Cuba. El 8 de
enero, menos de 11 meses después del secuestro, Fidel Castro entraba en La
Habana.
Fangio se retiró aquel mismo año de 1958. Siempre habló bien de sus secuestradores, pero no cumplimentó la invitación hasta 1981, cuando regresó, como presidente de la Mercedes. Se reencontró con Faustino Pérez y Arnol Rodríguez y conoció a Fidel Castro.
Fangio se retiró aquel mismo año de 1958. Siempre habló bien de sus secuestradores, pero no cumplimentó la invitación hasta 1981, cuando regresó, como presidente de la Mercedes. Se reencontró con Faustino Pérez y Arnol Rodríguez y conoció a Fidel Castro.
El Hotel Lincoln aún existe. Su habitación 810 está dedicada a
Fangio.